Arturo Zaldívar: un sacrificio absurdo e innecesario
El presidente de la República, cuando menos, no las tiene todas consigo. Ante las crisis que se han presentado, que no han sido pocas, ha actuado de manera errática o desquiciada.
Se nota que algo le preocupa; y no es la delincuencia organizada, el mal estado de la Nación, la inmigración masiva de gente que intenta ingresar a los Estados Unidos de América y que utiliza a México como puente, ni la economía nacional. Es algo menos importante para todos, pero no para él y su camarilla: Claudia Sheinbaum; su candidata, al parecer, se ha estancado a pesar del dineral que le están invirtiendo y de los recursos humanos que están poniendo a disposición de su campaña.
En las circunstancias actuales es factible que los obradoristas voten por ella y que lo hagan por el apoyo evidente que le da AMLO; también por repetir lo que les gusta oír una y otra vez: las propuestas de siempre: primero los pobres, un servicio sanitario mejor que el de Dinamarca, una pensión universal, acabar con los conservadores y otras. No lo van a hacer aquellos que están hartos de tanta demagogia, despilfarro y locuras. Esos votos van a contar, y en contra.
AMLO, como presidente, tiene dos obsesiones: una, los periodistas independientes; la otra, la ley y la exigencia, fundada, por cierto, de que, tanto él como todos los mexicanos en general, atengamos nuestra actuación a lo que ella dispone. En un Estado de derecho no veo como fuera de lugar que se le exija que respete la ley y que haga que todos la respetemos. No encuentro explicación posible a que haya declarado públicamente: “La autoridad presidencial está por encima de la ley”. Anteriormente, hace mucho tiempo, dijo: “A mí no me vengan con que la ley es la ley”.
El respeto a la ley es lo mínimo que puede esperarse de alguien que, al tomar posesión de su cargo como presidente de la República, protestó guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan.
Con qué cara puede alguien, entre ellos el presidente de la República, exigir a los habitantes del país que cumplan la ley, si él dice estar sobre ella. Todos podríamos decir: por mi edad, por mi sexo, por mi posición social, mis grados académicos, mi dinero, mi autoridad social, intelectual o moral estoy por encima de la ley o a mí no me vengan con que la ley es la ley. Decirlo y pasar por alto la ley sería retroceder a una etapa ya superada en la que prevalecía la ley del más fuerte o la del más astuto.
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