25N
“Amiga, ¿ya llegaste?”, “avísame cuando ya estés en casa”, “compárteme tu ubicación por favor”, “¿está todo bien?”
Son frases que nos hemos acostumbrado a decir y escuchar, en un país donde la violencia contra las mujeres se ha naturalizado tanto. ONU Mujeres México (2022), en su comunicado sobre el #25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, señala que, en este país, 7 de cada 10 mujeres han experimentado una situación de violencia a lo largo de su vida, 5 de cada 10 han sufrido algún tipo de violencia sexual, 10 mujeres en promedio son asesinadas al día y más de 25 mil mujeres se encuentran desaparecidas.
Pongamos atención a estas cifras y porcentajes. Son muy altos, se trata de más de la mitad de la población femenina. Pensar en 5 de cada 10 implica pensar que no son entes ajenos, sino personas con las que convivimos. ¿Cuántas mujeres conocemos? ¿Con cuántas convivimos todos los días? ¿Cuántas de ellas han sido violentadas? ¿Cuántas de ellas son permanentemente violentadas?
La trampa de las cifras es que dejamos de ver a las víctimas, pongamos entonces nombres y rostros a los números. ¿Quiénes son esas mujeres? ¿Son personas que no conocemos o sí las conocemos? ¿Son nuestras compañeras de trabajo? ¿Son nuestras estudiantes? ¿Son nuestras vecinas? ¿Son nuestras madres, tías, hermanas, amigas, hijas? ¿Cuál ha sido nuestro papel frente a ello? Las cosas empiezan a verse diferentes cuando las tenemos cerca.
Todas y todos conocemos a alguien. Yo, Dorismilda, recuerdo a mi amiga, que cuando teníamos 20 años sufrió un intento de violación. Le dije que denunciara, pero no quiso: “¿para qué, si no van a detener al agresor, pero mi nombre y mi dirección van a terminar en la nota roja?” me dijo aquella vez. Recuerdo también a Andrea Nohemí, la hermana de una alumna mía, hija de unos amigos de otros amigos míos, sobrina de una cliente de mi mamá. Y recuerdo a Celeste, la amiga que tiene la misma edad que yo, que hizo un doctorado más o menos al mismo tiempo que yo y que trabajaba como profesora investigadora igual que yo, pero que fue atacada por órdenes de su exmarido y, aunque sobrevivió, se le acabó la vida y todo cambió para sus hijas, su hermana y su madre.
Ya que pusimos nombres y rostros a las víctimas, pensemos en los responsables y en la acción del Estado. ¿Se hizo justicia, al menos en términos legales? ¿Se acordaron acciones para “reparar” el daño, lo que sea que eso signifique? ¿Se está haciendo algo para evitar nuevas agresiones en el futuro?
Durante varios años, las colectivas feministas y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos han denunciado el incremento en la violencia contra las mujeres, el poco o a veces nulo interés de distintos niveles de gobierno y la impunidad con la que se cierran muchos de estos casos. Se ha encontrado eco en mayor o menor medida entre las y los legisladores, para tipificar delitos como el feminicidio, la violencia obstétrica, la violencia digital y lo que se está trabajando ahora en torno a la violencia vicaria. Estos marcos son importantes porque permiten que los derechos sean exigibles y justiciables, pero no han sido suficientes, porque topan con, como decía antes, la impunidad y la hipocresía en muchos espacios.
De nada sirve que las y los gobernantes de todos los niveles y partidos se sumen a las conmemoraciones del #25N, cuelguen banderas color naranja y pongan imágenes alusivas en sus redes para mostrar que hacen algo, si eso no se traduce en compromisos, acciones y transformaciones reales, concretas y transversales para prevenir y erradicar la violencia.
Las conmemoraciones sirven para recordar hechos en su aniversario y el #25N no es la excepción, la ONU lo proclamó como el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en memoria de las hermanas dominicanas Minerva, María Teresa y Patria Mirabal, quienes el 25 de noviembre de 1960 fueron asesinadas por ser mujeres y por ser activistas. Si conmemoramos cada caso, estaremos en un memorial permanente por las miles de mujeres asesinadas.
No alcanzaría todo el Zócalo para escribir los nombres de las víctimas.
Que el #25N sea un recordatorio para asumir las responsabilidades que nos correspondan, desde los espacios en los que incidimos.
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