Abolición de la tauromaquia
En el camino evolutivo que lleva a la abolición de la llamada “fiesta brava” al dar argumentos de derecho a los jueces.
Primero, a mediados de este año 2022, el juez primero de Distrito en Materia Administrativa de la CDMX admitió el argumento para su análisis y concedió la suspensión provisional de las corridas de toros en la Plaza México, la más grande del mundo.
Ya desde 2015, el Comité de los Derechos del Niño de la ONU se pronunció en contra de que las infancias asistan y participen en eventos taurinos en México. La razón es obvia: exponer a las infancias a esa crueldad violenta su desarrollo.
Luego, este pasado viernes, un juez federal concedió la suspensión definitiva de corridas en México, por la denuncia que hizo Justicia Justa, que señala el trato degradante a los toros, con lo que se viola el derecho a un medio ambiente sano.
Los empresarios taurinos, los aficionados, y los demás entusiastas o beneficiarios de esta expresión bárbara y anacrónica, han expresado su inconformidad. Sus argumentos son tan variados como chabacanos: desde el impacto económico hasta la preservación del toro de lidia. Pero hay más.
Hay un argumento de carácter cultural. Mientras que Sonora, Guerrero, Coahuila y Quintana Roo han logrado la prohibición; en Aguascalientes, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Zacatecas, Michoacán y Guanajuato la tauromaquia está declarada como bien cultural y material. El debate no sólo es en México.
En España se han proscrito las corridas en más de 80 municipios y en provincias como Asturias, Andalucía, Canarias, y Cataluña. Igualmente se han prohibido en regiones de Francia, mientras que en Bogotá y Quito se prohíbe matar al toro en el ruedo.
Es cuestionable el defender la tauromaquia argumentando cultura y tradición. No porque siempre se haya hecho algo, significa que sea bueno. Hay componentes culturales dignos de erradicarse. La ablación, el matrimonio forzado, o la lapidación también son elementos culturales, y también son indeseables.
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