Aguascalientes en la mira: Aranceles, presión política y el riesgo de perder el motor económico
Donald Trump no ha cambiado. Su política comercial sigue siendo el mismo proteccionismo disfrazado de patriotismo económico que marcó su primer mandato. La diferencia es que esta vez no hay margen de negociación: la reimposición de aranceles sobre acero y aluminio impacta directamente a México en un momento en que la región, en teoría, debería estar consolidándose como la opción más lógica para la relocalización de industrias tras la pandemia y la crisis de suministros globales.
Para Aguascalientes, esto no es solo un tema de política exterior o de macroeconomía abstracta. Es una amenaza concreta a su principal pilar económico: la industria automotriz. Nissan, la joya de la manufactura en el estado, genera más de 12,000 empleos directos y sostiene a 150 proveedores locales. Cualquier encarecimiento en su producción en México podría hacer que la balanza se incline en favor de Canadá o Japón, donde el acceso a insumos y las condiciones comerciales siguen siendo más estables.
No es coincidencia que Nissan haya deslizado la posibilidad de trasladar parte de su producción fuera del país. Se puede interpretar como un gesto de presión para negociar mejores condiciones, pero la historia nos dice que Trump no responde a presiones externas, solo a su propia narrativa. Y en esa narrativa, México es un “competidor desleal” al que hay que contener, sin importar que la integración económica entre ambos países haya sido clave para la estabilidad de las cadenas de suministro de Estados Unidos.
El problema para Aguascalientes es que las señales de alerta ya son más que visibles. Se estima que la producción automotriz podría reducirse en al menos 100,000 unidades anuales, lo que afectaría a miles de trabajadores y pondría en riesgo un 15% de la inversión extranjera directa en los próximos dos años. El impacto no se limitaría al sector automotriz: una caída en la producción repercute en sectores como la logística, la proveeduría de autopartes y los servicios, amplificando el efecto en toda la economía local.
Mientras la gobernadora Tere Jiménez insiste en que Nissan “está tranquila”, los números y el contexto sugieren que la estabilidad es cada vez más frágil. Las exportaciones automotrices de Aguascalientes, que rondan los 12,500 millones de dólares anuales, podrían perder hasta 2,000 millones de dólares si la industria decide reducir operaciones o trasladarlas a otros países con costos más competitivos.
El discurso de diversificación económica aparece como la respuesta inmediata, pero ¿es una solución realista? La agroindustria y la tecnología han sido mencionadas como sectores estratégicos para compensar la dependencia del automotriz, pero la realidad es que su impacto en la economía local sigue siendo marginal. La reciente reunión con el embajador de Canadá para fortalecer las exportaciones de jitomate, ajo y cilantro es positiva, pero no basta para sostener el nivel de empleo e inversión que requiere el estado.
El dilema de Aguascalientes no es menor. Puede optar por una estrategia de resistencia, confiando en que la presión política y diplomática eventualmente generen un cambio en la postura arancelaria de Estados Unidos, o puede buscar adaptarse con medidas agresivas que garanticen su competitividad, incluso si eso implica costos políticos y económicos a corto plazo. La primera opción es arriesgada porque Trump no suele retroceder en sus decisiones económicas, mientras que la segunda exige una capacidad de respuesta y planificación que, hasta ahora, no se ha visto reflejada en el gobierno estatal.
La presión podría llevar a ajustes en el gabinete de la gobernadora. No sería extraño que se realicen cambios para reforzar estrategias de atracción de inversiones y diversificación de mercados, pero el problema va más allá de nombres y estructuras. La cuestión de fondo es si Aguascalientes está preparado para reconfigurar su modelo económico en un escenario donde la estabilidad comercial con su principal socio ya no está garantizada.
El mensaje es claro: la pasividad no es una opción. México y sus estados industriales han confiado demasiado en la idea de que la integración económica con Estados Unidos es una relación simbiótica e inquebrantable. Trump ya demostró una vez que está dispuesto a romper cualquier acuerdo si eso refuerza su narrativa de poder. Si Aguascalientes y el gobierno federal no toman medidas urgentes, el costo de esa complacencia será una desindustrialización silenciosa, que llegará no con un golpe repentino, sino con una serie de decisiones que harán cada vez menos viable seguir produciendo aquí.
El tiempo para actuar se agota.
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