Ante el dolor de las y los migrantes

La noticia del 28 de marzo fue estremecedora: 39 migrantes murieron y al menos otros 27 resultaron heridos en un incendio en una estancia provisional del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez. Las primeras versiones oficiales señalaban que los propios migrantes provocaron el fuego, porque, obvio, en este país, donde las mujeres se quitan la vida solas, los migrantes también. Sin embargo, en poco tiempo circularon videos en los cuales se evidencia que agentes del Instituto Nacional de Migración dejan encerrados a los migrantes en las celdas mientras el fuego avanza, en un acto inhumano y vergonzoso.

Ninguna crisis se origina de pronto, siempre hay señales que alertan sobre lo que vendrá. En el caso de Juárez, periodistas, activistas e investigadores han documentado que las problemáticas migratorias de esta zona fronteriza se intensificaron en este mes de marzo. El día 12 hubo una congregación fuerte de migrantes que buscaban pasar por el cruce vehicular de México a Estados Unidos, pero esta fue detenida por agentes del Servicio de Aduana y Protección Fronteriza de Estados Unidos y por la Guardia Nacional en México. Al día siguiente, el alcalde de Ciudad Juárez declaró que “nuestro nivel de paciencia se está agotando” y anunció una postura más fuerte contra las y los migrantes.

El lado mexicano de la frontera está actuando como un tapón para contener migrantes, donde coexisten quienes han venido de diferentes países latinoamericanos y no han logrado cruzar, con quienes son deportados por las autoridades estadounidenses bajo el Título 42. Esta es una orden de salud pública, emitida en marzo de 2020 ante la pandemia de COVID-19, para prohibir la entrada a personas que potencialmente representaran un riesgo para la salud. Siguiendo esta orden, las y los migrantes no son llevados a un centro de detención, sino que son regresados al último país en el que estuvieron; en este caso, a México.

Si bien las condiciones de salud pública han cambiado, el Título 42 se sigue aplicando. BBC News reporta que, en diciembre pasado, los agentes fronterizos detuvieron a más de 250 mil personas que intentaban migrar. De ellas, 202 mil fueron deportadas a sus países de origen y el resto, cerca de 50 mil, fueron enviadas a México bajo el Título 42. En otras palabras, el lado estadounidense no se hace cargo y le avienta el problema a México.

Y, del lado mexicano, hay otras problemáticas, como señala Marcela Ibarra —investigadora experta en migración en la Ibero Puebla— quien recuerda que, en 2011, en la discusión sobre la Ley de Migración en México, “las redes de organizaciones que trabajan con migrantes, instituciones educativas y grupos migrantes señalaron con evidencia fundamentada los horrores del Instituto Nacional de Migración y la necesidad de desaparecerlo, refundarlo, o bien al menos capacitar a su personal”. Doce años y tres gobiernos federales de diferentes colores después, seguimos viendo horrores.

Da pena que las autoridades de uno y otro lado de la frontera y de diferentes niveles de gobierno se sigan aventando la pelotita entre sí, sin reconocer sus fracasos y sin asumir que esto es más que un asunto político y de seguridad, es una crisis humanitaria. En estos mismos días de la tragedia en Juárez, más de mil migrantes que iban rumbo a Juárez en el tren, se quedaron varados en Aguascalientes.

En el artículo “Ante las cenizas, los rostros nos interpelan”, Salvador Salazar Gutiérrez —quien es investigador en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez— invita a no ver estos sucesos como si fueran un hecho aislado y a buscar el reconocimiento del Otro: “su sufrimiento nos exige repensar nuestro actuar como humanidad”, dice. Y cierra: “no permitamos que la muerte de las compañeras y compañeros migrantes, sea una expresión más del perverso olvido”. No lo permitamos, en serio.

“En mi corazón caben dos países”, eso me dijo una migrante mexicana que se fue de una localidad de Michoacán a otra de California, en buscar de oportunidades que no tenía en este país.

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Dorismilda Flores-Márquez
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