Ante el dolor de los demás

En su libro Ante el dolor de los demás, la filósofa neoyorkina Susan Sontag aborda la relación entre la fotografía de la violencia, el sufrimiento y el dolor, principalmente en torno a los horrores de la guerra. Señalaba que “Las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Un llamado a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida conciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles”.

Susan Sontag planteaba en 2003, año en que fue publicado el libro, que “la atención pública está guiada por las atenciones de los medios” (p.121), lo que implica la presencia de imágenes. Y agregaba que, “en un mundo no ya saturado, sino ultrasaturado de imágenes, las que más deberían importar tienen un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles”.

Veinte años después, el ecosistema mediático es bastante más complejo, con la presencia de las redes sociodigitales. La circulación de imágenes es mucho mayor, más rápida y, aunque quizás estamos viendo sucesos más atroces, vivimos una insensibilidad muy preocupante.

Los acontecimientos recientes, como la desaparición de cuatro mujeres jóvenes en Encarnación de Díaz, Jalisco; el asesinato de Milagros, una mujer que se dirigía a su trabajo la mañana de su cumpleaños, en León, Guanajuato; y la reciente desaparición de cinco hombres jóvenes en Lagos de Moreno, Jalisco, aunado a la difusión de un vídeo y una fotografía que muestran los horrores que pasaron, son apenas algunos de los casos de víctimas de la violencia que conocemos porque se vuelven mediáticos, pero este país acumula muchos más todos los días.

No hablaré aquí de las cifras de personas desaparecidas, asesinadas, víctimas de la violencia, tampoco de las estrategias de seguridad, que han sido fallidas en todos los niveles. Quiero poner el énfasis en la deshumanización.

Con o sin imágenes, nos está pasando lo que decía Susan Sontag en torno a la saturación de imágenes de la guerra. En este caso, la saturación de casos de violencia, que no están lejos, como la Guerra del Golfo a la que hacía referencia la autora, sino que están a unos pasos, y derivan en la saturación de imágenes de la brutalidad y el horror, no están encontrando a personas sensibles y empáticas ante el dolor de los demás.

Sea por una táctica de sobrevivencia o por mera insensibilidad, parecemos no reaccionar como sociedad. El dolor parece importarle solamente a las familias y amistades de las víctimas, a veces también a activistas y periodistas.

En ellas y ellos queda algo de humanidad. Como señala Rossana Reguillo en Necromáquina: Cuando morir no es suficiente, frente al horror aparecen formas dolorosas, pero esperanzadoras, de resistencia, como la de las madres buscadoras que encuentran tesoros donde otros ven solo restos.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Dorismilda Flores-Márquez
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