Autocrítica al listón naranja
Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia de género durante su vida y para miles en todo el mundo, este ciclo finalizó con su feminicidio a manos de la pareja o algún miembro de la familia; cada diez minutos, la violencia de género cobró una vida en 2023, según un informe de ONU Mujeres. Entre tanto, colgarnos un listón anaranjado los días 25 de cada mes nos ha dejado con la conciencia tranquila. Nos hemos tomado fotos luciendo el distintivo, cambiado nuestra imagen de perfil alzando el puño y posteado hashtag para concienciar a quienes nos siguen en redes; hemos repartido folletos, organizado eventos y ofrecido ciclos de conferencias mientras la violencia contra las mujeres adquiere dimenciones pandémicas.
Desde hace 25 años, el 25 de noviembre se conmemora el día internacional para la eliminación de este fenómeno, fecha que da pie a la campaña internacional “16 días de activismo” que tiene por finalidad exigir medidas concretas y rendición de cuentas a los gobiernos, y que estos a su vez se comprometan con la causa en el marco de sus atribuciones. La violencia contra la mujer es un concepto surgido a mediados del siglo XX para visibilizar los actos dañinos causados a las personas con motivo de su género, lo que atenta contra los derechos humanos al impedir que gocen de las mismas garantías y libertades.
En el ámbito electoral, por ejemplo, el compromiso consiste en procurar que la disputa por el poder se desarrolle en condiciones justas y equitativas; no obstante, la presencia de mujeres en espacios de representación no ha sido suficiente pues mientras algunas rompen techos de cristal, a ras de suelo, las demás siguen enfrentándose a desigualdades de género, raza y clase.
La lucha comenzada en las calles para reclamar derecho al voto, a la salud reproductiva y trabajos dignos fue abrazada por las instituciones y hoy forma parte de un discurso económica y políticamente lucrativo, sin embargo, pese a los recursos y esfuerzos dirigidos a la conmemoración de los días naranja, los feminicidos, el maltrato doméstico, la brecha salarial, la desaparición de niñas y mujeres, y la violencia política en razón de género continúan en ascenso.
Tampoco quiere decir que tengamos que dejar de tomar fotografías con el listón naranja, alzar el puño y postear hashtag en redes sociales; o repartir folletos, organizar eventos o conferencias, siempre y cuando nuestra actuación guarde congruencia, de lo contrario caemos en el riesgo de la banalización y la autocomplacencia.
Revertir una crisis de origen estructural exige a las personas servidoras públicas responsabilidad dentro y fuera del cargo: si pedimos a las mujeres alzar la voz, debemos escucharles; si queremos que denuncien, debemos atenderles; si pedimos que no se dejen, el círculo de violencia debe acabar en nosotras -nosotres, nosotros- toda vez que lo personal es político. No hay que perder de vista que el 25N se recuerda a las hermanas Mirabal, tres dominicanas asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por oponerse a la dictadura militar de Rafael Leónidas Trujillo.
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