Camino a la dictadura
Hace algunos años tuve la oportunidad de ser juez de plaza en la Plaza de Toros Monumental de Aguascalientes.
Tengo recuerdos gratos y otros no tanto. Recuerdo, por ejemplo, un grito casi unánime: “Uno, dos y tres, ta ta ta ta el juez”, y otro que hasta yo mismo festejaba: “Tres, dos, uno, cero, también el ganadero”.
Muy jovencito cuando me llevaban al béisbol, los buenos aficionados Don José y Don Juan Cervantes, de la zapatería Cervantes, el último asesor de Don Raúl Medina el año que los Rieleros fueron campeones de Liga. Recuerdo un grito también muy frecuente “¡Ampayita!” y luego el complemento.
También en el fútbol, en mis pocos años de aficionado, no era infrecuente oír un recordatorio al Nazareno o árbitro del partido: ¡Árbitro! etcétera, grito que se ha intentado desterrar en la actualidad.
Desde luego la tarea de ser árbitro, ampáyer, réferi, juez de plaza o cualquier otra que implique tener que decidir hechos o actitudes, suele ser una tarea mal valorada y para quien la realiza, poco gratificante.
Aunque queda siempre el consuelo de saber que se realiza un trabajo importantísimo para que el espectáculo y la vida misma sigua, para garantizar el orden, la seguridad, el bien común y la paz social.
Desde la escuela primaria, los mexicanos aprendemos el Gobierno de la república, para su ejercicio se divide en tres poderes, uno que dicta las leyes, otro que administra y otro que juzga la aplicación correcta de las normas y la correcta actuación de las autoridades.
El Poder Judicial de la Federación tiene la ingrata, pero fundamental tarea de ser el árbitro, el ampáyer o el juez, lo que no se vale es que una de las partes en conflicto, sometida al criterio del juez, pretenda aprovecharse de su autoridad, de cualquier tipo, para atacar al juzgador, pretendiendo erigirse como el único poseedor de la verdad, al que tienen que plegarse los otros dos poderes.
Me refiero por supuesto al presidente de la república, el encargado de la administración, que si pretende borrar a los otros que tienen el mismo nivel de autoridad, la misma legitimación democrática, la misma dignidad republicana que proviene de la Constitución, que pretende eso, se convertiría entonces en un autócrata, en un dictador, en un irresponsable qué pasa por alto las decisiones políticas fundamentales del pueblo mexicano, su expresión máxima en el bloque de constitucionalidad y al órgano que le corresponde vigilar su cumplimiento y su aplicación.
Es lo que ha venido haciendo y pretende seguir el presidente Andrés Manuel López Obrador. Alerta.
Es todo por hoy. Hasta una próxima, sí la hay.
Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión