Caudillismo

El Caudillismo es una forma de ejercer el poder político, que puede ocurrir en las democracias embrionarias o, incluso, en las desarrolladas. Germina en los momentos de crisis, y basa su mecanismo en una masa poblacional descontenta y vulnerada, que se siente representada y defendida por la figura del Caudillo.

Esta masa poblacional tiende a la polarización política en contextos en los que sólo hay aliados y adversarios. Así, el Caudillo aprovecha la polarización para radicalizarla, para endurecer la posición de sus seguidores, y para denunciar lo que no está en su movimiento político como parte del enemigo a vencer.

El Caudillo ejerce el poder desde su carisma personal. Por eso, su actuar puede salirse de los procesos normativos, de las vías administrativas, las legales, e –incluso- de los dictámenes judiciales. Cuando esto ocurre, el Caudillo pone a las leyes, los tribunales, y los procesos administrativos, del lado del adversario.

De este modo, el Caudillismo es una forma profundamente anti institucional de ejercer el poder político. Las buenas prácticas no las dicta la norma, sino el contentillo del Caudillo. Esto hace que el Caudillismo, aunque haya nacido en una democracia, resulte en algo totalmente antidemocrático. Democracia e institucionalidad van ligadas.

Combatir al Caudillismo como forma política es complicado, porque el Caudillo siembra en su base fiel la idea de que él representa los intereses de la masa poblacional. Así, criticar sus formas es criticarlo a él, y hacer eso es estar naturalmente contra la abstracción de la idea del pueblo.

El ejercicio del Caudillo causa el desmantelamiento de las instituciones, de las normas, y de los procesos administrativos. A la caída del Caudillo, debe seguir un proceso de reconstrucción institucional y democrática que evite la polarización y que privilegie a las instituciones por encima de las pasiones de quien gobierna.

El Caudillismo fue recurrente en la América Latina de los siglos XIX y XX, como un proceso natural de la entropía política que sucedió a los respectivos movimientos de independencia en cada país, y a las sucesivas guerras civiles que se enfrentaron, con ideas entre la democracia y la monarquía.

En México, el Caudillismo terminó con el asesinato de Obregón y la institucionalización de los movimientos en pugna dentro de la guerra civil que llamamos Revolución Mexicana. Sin embargo, por las continuas crisis del sistema de partido hegemónico y de la transición democrática, volvimos a vivir la amenaza del Caudillo.

La entropía política nos pone ahora en un contexto en el que debemos fortalecer las instituciones y al Estado de Derecho; impulsar la democracia como una herramienta de coexistencia con el poder que excede sólo las elecciones; y como una oportunidad para el diálogo que abone a diluir la polarización.

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Alan Santacruz
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