Chapulineo y/o libertad de asociación
La libertad de asociación es el derecho fundamental de todas las personas a formar parte de una comunidad religiosa, club deportivo, organización civil o empresa. Cambiar de afiliación conforme a nuestras convicciones, necesidades y objetivos personales también se encuentra tutelado por esta garantía y no obstante el chapulineo, como el mundo de la política suele llamarle a “saltar” de un partido a otro, es condenado por la opinión pública.
En materia político-electoral, el derecho de asociación se ejerce a través de los partidos políticos, organizaciones que hacen posible la participación de la ciudadanía en el gobierno de nuestro país a través de la lucha democrática por el poder político. La fundación de éstos gira en torno a un conjunto de valores que debe reflejarse en los estatutos, declaración de principios, programas de acción y reglamentos que rigen su vida interna. Su postura frente a la propiedad privada, el derecho al aborto y, recientemente, la reforma judicial, definen el signo ideológico de este tipo de agrupaciones.
Por esta razón, pese a que en la mayoría de los casos la movilidad política no es ilegal por tratarse del ejercicio conjunto de la libre asociación, opinión y el derecho de la ciudadanía a ser votada, la sanción social hacia quienes abandonan su militancia es frecuente, en especial si el salto implica extremos ideológicos que se perciban como incompatibles.
El transfuguismo es un fenómeno de múltiples aristas. Históricamente México consiguió pasar de un régimen de partido hegemónico a uno pluripartidista por la renuncia de integrantes de la fuerza oficial para crear nuevos partidos. En la actualidad, el antagonismo entre las agrupaciones políticas se considera como un rasgo positivo, ya que fortalece la competencia electoral, de modo que la carga negativa sobre el chapulinismo tiene mucho que ver con el desvanecimiento de la frontera ideológica entre fuerzas políticas que, siendo opuestas entre sí, aceptan a detractores de otras filas.
El desencanto de la ciudadanía hacia sus representantes fue un sentimiento que se impuso en las pasadas elecciones frente a quienes abandonaron sus partidos y alianzas políticas para contender desde otras formaciones, y recientemente contra quienes se apartaron del grupo parlamentario que originalmente les postuló para la nueva legislatura en el Congreso de la Unión.
Los motivos para dejar un empleo, club deportivo o comunidad religiosa pueden ser diversos y, sin lugar a duda, legítimos, pero cuando el poder está de por medio, no es tan sencillo de justificar. Migrar hacia otra insignia no deja de leerse como un abrazo a las ambiciones personales por sobre el interés colectivo.
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