¿Cómo será el nuevo papado?

Despejada la incógnita de quien será el nuevo Papa, pasarán días con especulaciones e interpretaciones de todo tipo, pero pasarán años para qué sepamos qué clase de liderazgo ejercerá el sucesor de Francisco.

Lo que subsiste, sin embargo, es la pregunta quizá más importante: ¿qué iglesia necesitan los creyentes, las personas de fe, para un mundo caótico y complicado como el que tenemos en este siglo XXI? Esa es por ahora la cuestión central.

Partamos de un contrasentido: casi todos los indicadores del mundo actual son mejores, pero a la vez es mayor el desconcierto, el desencanto, la polarización y la desconfianza en los demás, en la democracia, en la política. El sentido de comunidad se ha desgastado para dar paso al individualismo, a la soledad elegida, al desprecio o, al menos, a la indiferencia por viejas nociones como la de ciudadanía, que ya no satisfacen las aspiraciones más íntimas y personales del sujeto.  

De alguna manera, estamos en lo que algún filósofo llamó la “era del vacío”: ese mundo confundido donde las personas están más interconectadas que nunca, pero al mismo tiempo se sienten más solas y rehúyen cualquier pegamento social como es (o era), por definición, la comunidad, la práctica religiosa y la política, dando lugar a preferir el «yo» sobre el «nosotros» como mecanismo de autodefensa ante un escenario incontrolable.

Si esa fotografía es correcta, cómo podría reflexionar el mundo católico pensante sobre cuestiones esenciales como por ejemplo ¿qué es, para los fines del catolicismo y la fe, lo que cohesiona al mundo actual? y ¿cuáles son los problemas más importantes sobre los que el nuevo papado deberá poner la mayor concentración? Y hay cuatro desafíos a mi modo de ver.

El número de católicos es ya de mil 406 millones de personas, 300 millones más que hace dos décadas y media. Si consideramos que la población ya no creceré excepto en Africa, el ascendiente de la Iglesia católica será sobre todo cualitativo, es decir, de causas, identidades, pertenencias múltiples y sentido de propósito. En otras palabras, influencia espiritual, moral y política.

El segundo desafío del nuevo papado será cómo ejercer esa influencia en un entorno internacional caótico: desde el crecimiento de las autocracias, guerras y conflictos hasta la desigualdad, la migración descontrolada o las violaciones a los derechos humanos. 

El tercero, un hierro ardiente al interior de la Curia, serán las posiciones del Vaticano en temas como el divorcio, el celibato, el aborto, la investigación genética o los derechos de los homosexuales. Naturalmente esto es por ahora una incógnita, pero nada anticipa que haya espacio para una discusión sobre estos porque los anteriores son sin duda más urgentes. 

Y el cuarto dilema es casi metafísico: cómo afrontar esa especie de confusión espiritual que lleva a los seres humanos a buscar respuestas a las grandes preguntas de la existencia y la trascendencia, la verdad o la razón, a través de una fe que tal vez la iglesia católica no está ofreciendo o que no puede hacerlo ante el complicado tejido de valores de las sociedades posmodernas. 

Es decir, encontrar un mensaje renovado cuyo tono y contenido responda a esas necesidades de la persona, le sirva de acompañamiento espiritual y genere el sentimiento de que la iglesia –su iglesia- es una casa común en la que, conforme a valores como la fe, la compasión y la misericordia, todos caben y tienen un lugar.

¿Cómo será pues el nuevo papado? Nadie lo sabe, pero va a perfilar qué iglesia para un siglo XXI sombrío, incierto y confuso.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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Otto Granados
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