Confía, pero verifica: fact-checking

A principios de año, Meta puso fin a la verificación de contenidos en sus redes sociales a fin de privilegiar la libertad de expresión. Desde 2016, Facebook e Instagram contaban con un programa dedicado al fact checking para detectar errores, noticias falsas y discursos de odio en sus plataformas. La era digital que nos tocó habitar se caracteriza por la hipercomunicación, la propagación viral de datos y la desmesura informativa. En nuestro contexto, el fact-checking reviste una importancia especial para hacer frente a la desinformación que aprovecha el alcance de los medios tecnológicos con fines de manipulación masiva. 

Previo a la investidura de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América, el director ejecutivo de Meta, Marck Zuckerberg, explicó que la verificación será reemplazada por notas comunitarias -en forma similar a la red social X- como respuesta a un “panorama político y social cambiante y un deseo de abrazar la libertad de expresión”.

Tras el anuncio, diversas organizaciones periodísticas previnieron sobre los riesgos de la desaparición de dicho sistema que analizaba la información a partir de la metodología de la International Fact Checking Network (IFCN), lo que podría abrir la puerta a contenidos riesgosos para las personas usuarias de las aplicaciones de la compañía. El peligro estriba en sus implicaciones en la esfera pública.

La desinformación es considerada una amenaza a la democracia al impedir el ejercicio de una ciudadanía informada, distorsionar el debate público,  manipular la voluntad ciudadana y mermar la credibilidad en el periodismo y las instituciones. Hoy más que nunca, es importante que las empresas dedicadas a las redes sociales cuenten con políticas sólidas para garantizar la veracidad del contenido que soportan.

La difusión masiva de fake news influye en la percepción del electorado al grado de modificar sus decisiones. Estas tienden a apelar a emociones como el odio, miedo e indignación, que resuenan en la sociedad a partir de sesgos cognitivos, atrapándola en algoritmos individualistas que dificultan el diálogo entre las personas.  Si la ciudadanía cree que las elecciones están “amañadas” o que el gobierno está “controlado por fuerzas ocultas”, la estabilidad democrática se debilita.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han advirtió que, más allá de socavar la distinción entre verdad y mentira, la desinformación provoca la pérdida de la creencia en los hechos verdaderos. En su ensayo “Infocracia” (2022) atribuye la crisis de la democracia al traslado de la esfera pública al ámbito digital, donde la libertad de expresión degenera en farsa cuando pierde toda referencia a los hechos y verdades fácticas.

De esta manera, afrontar la desinformación requiere, además de publicar datos basados en evidencia, la alfabetización digital, donde cualquier persona ciudadana cuente con herramientas para identificar este tipo de contenidos junto con una regulación adecuada y un periodismo fuerte e independiente.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión. 

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Hilda Hermosillo Hernández
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Hilda Hermosillo Hernández, Opinión, Columnista BI

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