Contra los discursos de odio

Las palabras son poderosas. Con ellas nombramos y ponemos atención a determinadas personas, lugares, cosas y situaciones; pero con ellas también invisibilizamos, atacamos y estigmatizamos. Es preocupante el modo en que nos hemos acostumbrado al discurso de odio, que lo mismo circula en las conversaciones cotidianas cara a cara, que en las redes y en los medios. Es muy común que, en vez de argumentar por qué no se está de acuerdo con algo o con alguien, se descalifique al otro.

Desde hace un par de años, la ONU conmemora el Día Internacional contra el Discurso de Odio el 18 de junio. De acuerdo con esta organización, el discurso de odio es “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita —o también comportamiento—, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son […], basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”.

La característica de los discursos de odio es que se ataca la diferencia: lucir diferente, pensar diferente, actuar diferente, parecen ser motivos para ser blanco de ataques. La persona o la organización que ataca asume que está bien y que su opinión es la única legítima, también se siente con el derecho de violentar al otro. 

El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, señala que: “En los últimos meses ha aumentado el discurso de odio tanto antisemita como antimusulmán en internet y en declaraciones públicas de líderes influyentes. Además, puede dirigirse discurso de odio hacia las mujeres, los refugiados, los migrantes, las personas de género diverso y trans y las minorías”.

Decía antes que nos hemos acostumbrado a vivir entre odio, por eso vale la pena cuestionarlo y replantear nuestro papel en la amplificación de esos discursos. Para tomar un caso reciente, ¿por qué resulta tan fácil atacar y burlarse de Ángela Aguilar y antes —más antes— de Belinda, pero no de Christian Nodal? ¿Por qué a un líder sindical le parece buena idea decir que la bandera arcoíris que colocó el Infonavit con motivo del mes del orgullo LGBTIQ+ es “indigna” y lleva a un grupo de personas a hacerla pedazos? ¿Por qué, de uno y otro lado, tanta gente es incapaz de aceptar que otras personas hayan votado por una opción distinta a la suya el 2 de junio y hagan comentarios discriminatorios? Sobre todo, ¿por qué muchos de estos ataques se emprenden bajo la bandera de la libertad de expresión? Tenemos derecho a pensar diferente, a mostrar argumentos sobre los desacuerdos, pero atacar, estigmatizar e incitar a la violencia contra el otro no es libertad de expresión, es discurso de odio.

En sociedades tan diversas como las contemporáneas, lo común es la diferencia. Es necesario reconocer esas diferencias y aprender a convivir con ellas. Las palabras son poderosas, no las usemos para incitar al odio.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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Dorismilda Flores-Márquez
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Dorismilda Flores-Márquez, Opinión, Columnista BI

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