De migración y Navidad
Hay varias imágenes de nacimientos que por varios años han sido compartidas en redes en tiempos navideños. Voy a resaltar dos. La primera es la de un pesebre vacío, completamente vacío, porque, como hay un sistemático rechazo a inmigrantes, refugiados y pobres, no habría manera de que María y José llegaran a un país ajeno. La segunda es la de Jesús, María y José separados y enjaulados. Como se imaginarán, la primera circuló sobre todo en Europa hace algunos años, en torno a la migración siria a países como Turquía y Alemania; mientras que la segunda circuló principalmente en Estados Unidos, a raíz del endurecimiento de las políticas migratorias contra personas sin documentos, en tiempos de Trump. Las dos imágenes, aun cuando ha pasado el tiempo, siguen siendo potentes para reflexionar sobre la migración y sobre la falta de congruencia de nuestras sociedades.
Si bien la Navidad no es la única celebración —hay quienes festejan Hanukkah, Yule, otra fiesta o quienes no festejan—, sí es la que vivimos de manera más extendida en las sociedades occidentales. Seamos personas religiosas o no, la Navidad tiene sentidos muy importantes a nivel familiar y social. Que coloque en el centro las travesías de una pareja para buscar refugio en otro lado y tener la posibilidad de que su hijo nazca a salvo no es un asunto menor y tampoco es ajeno a nuestra realidad.
En términos de migración, hay 281 millones de personas que viven fuera de su país de origen (IOM, 2022). En buena parte de los casos, se trata de gente que va en busca de un futuro mejor, sea que eso signifique irse en busca de mejores ingresos, de estudiar un idioma o un posgrado, de seguir a sus familias y parejas o simplemente de encontrarse en un entorno distinto.
También hay otros casos que, aunque numéricamente son menos, son más graves: se trata de personas que van huyendo de la miseria y la violencia de sus lugares de origen. Generalmente son estas las personas que más obstáculos enfrentan en sus caminos, padecen el rechazo por ser pobres, por verse sucios cuando llevan jornadas circulando como pueden entre los trenes y los aventones, a veces incluso por la apariencia física. Parece muy fácil aceptar migrantes que vienen de Europa a vivir en nuestro país, pero muy difícil aceptar migrantes que vienen de Centroamérica a tratar de cruzar hacia Estados Unidos.
Pensemos en las y los migrantes que van de México a otros países, trabajan y pagan impuestos donde sea que estén, pero se siguen preocupando y ocupando de lo que pasa en México. Nuestro país recibe millones de dólares por remesas. De acuerdo con datos del Banco de México (2022), entre enero y octubre de 2022, los ingresos por remesas fueron de 48,338 millones de dólares, lo cual implica un aumento del 14.6% respecto al año anterior. En muchos sentidos, nuestras y nuestros migrantes tienen un peso económico muy importante en la vida nacional. Sin embargo, cuando se trata de derechos hay quienes todavía discuten si deben o no tener derechos como el del voto.
Pensemos ahora en las y los migrantes que vienen; incluso si les recibimos bien, trabajan y pagan impuestos aquí, aportan elementos sociales y culturales en diferentes espacios, pero no siempre tienen los mismos derechos que nosotros simplemente por ser extranjeros. Cuando, además de todo, les recibimos mal, perdemos de vista que la ayuda humanitaria a migrantes y refugiados es una responsabilidad internacional.
Regresemos a pensar en la figura del Nacimiento. En la tradición judeocristiana, celebramos el nacimiento de un judío en Belén, a veces al mismo tiempo que cerramos los ojos a las dinámicas migratorias de nuestro tiempo. Ojalá que el privilegio no nos nuble la empatía. Y ojalá que este tiempo sea de encuentro y de reflexión. ¡Felices fiestas a todas, todos y todes!
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