Del calentamiento a la ebullición global

Este verano, muchas y muchos hemos sentido calor y probablemente hemos dicho o escuchado que es incluso más intenso que en otros años. Pues bien, esto no es sólo una impresión. Hace unos días, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Servicio Copernicus de la Comisión Europea señalaron que, con los datos que hay hasta el momento, julio de 2023 es el mes más caliente en la historia. En las tres primeras semanas del mes se documentaron los tres días más calurosos y las temperaturas oceánicas más altas de las que hay registro.

A partir de estos datos, António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), exhortó a los gobiernos a dejar las excusas y comprometerse realmente. En sus declaraciones destaca que: “La era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado”, poniendo énfasis en la velocidad con la que se están alcanzando temperaturas tan altas.

Además del presente, preocupa el futuro, porque, en esta misma línea, la Organización Meteorológica mundial señaló que hay probabilidades de que en los próximos cinco años se vuelvan a romper récords de temperaturas.

A lo largo de varias décadas, diversos grupos ambientalistas, organismos internacionales e investigadores han dado seguimiento a estas problemáticas y han contribuido a ver que esto no significa solamente sentir más calor o más frío, sino que esto que climáticamente vemos en olas de calor, inundaciones, incendios forestales y, en invierno, tormentas invernales, tiene otros efectos en la calidad de vida de las personas, la salud, la migración —ya que hay gente que está teniendo que abandonar sus lugares de residencia por razones climáticas—, el ejercicio de los derechos, en fin.

El reporte de 2022 de la Comisión Europea señala que los países que concentran el mayor porcentaje de emisiones de CO2 son China (32.9%), Estados Unidos (12.6%), India (7.0%), Rusia (5.1%) y Japón (2.9%), aunque todos los países contribuimos a esto en mayor o menor medida.

Los efectos se resienten en regiones como Asia, América Latina y África, pero también se están viviendo ya en América del Norte y Europa, los vemos en la ola de calor en casi todo el mundo, incendios forestales e inundaciones. Estas afectaciones son mayores para quienes tienen menos recursos para enfrentarlas, quienes pierden todo en los incendios e inundaciones, quienes no tienen electricidad para cosas tan elementales como mantener sus alimentos refrigerados, quienes sufren de deshidratación y más. Como dije antes, se afecta la salud y la estabilidad de las personas, detona razones para migrar, que son ambientales. ¿A dónde esperamos que vayan las familias que deben escapar de los lugares devastados por los incendios forestales, las inundaciones, la minería a cielo abierto o donde está subiendo el nivel del mar?

El cambio climático no puede entenderse solo, sino en relación con las desigualdades sociales y económicas, la migración, los derechos humanos, las asimetrías de género y edad.

¿Y cuál es el papel de la comunicación aquí? La relación entre crisis ambiental y comunicación no siempre es evidente, pero tiene varios puntos de encuentro. Me voy a concentrar en dos: la información y los materiales.

Por un lado, como señalan Jensen y otros autores, la comunicación es —o debería ser— un espacio clave para promover el conocimiento público en torno a las cuestiones ambientales y de salud pública, tanto en los medios periodísticos como en las interacciones en redes sociodigitales. Esto implica tomar con la seriedad necesaria la discusión sobre el medio ambiente, la crisis ambiental y el calentamiento global. Desde el periodismo, es importante abordar los temas de manera fundamentada y clara, dialogar con investigadores y activistas, y promover el conocimiento público en torno a estos temas para que actuemos responsablemente.

Por un lado, el origen material de los dispositivos tecnológicos para la información y comunicación —que ya eran de amplio consumo y esto se disparó con la pandemia— tiene implicaciones sobre la devastación del medio ambiente. Esto lo han abordado autores como Richard Maxwell y Toby Miller.

Para la fabricación de los dispositivos digitales que se han vuelto vitales en nuestra vida cotidiana, se emplean metales, pero estos provienen de las industrias extractivas, que suelen tener afectaciones en el medio ambiente y la salud en las comunidades donde hay minería. Nuestras interacciones digitales también generan emisiones de carbono, aunque no las veamos. A veces pensamos que, como no estamos usando papel, estamos actuando en favor del medio ambiente. Sin embargo, el uso de tecnología digital requiere de infraestructuras físicas que sostienen todas las interacciones y almacenan datos. Todo eso consume energía y hasta agua, para los sistemas de enfriamiento.

Si bien la mayor parte de las emisiones no provienen de las acciones individuales sino de las grandes industrias, es importante que nos entendamos como parte de una comunidad global y reconozcamos que todas nuestras acciones tienen impacto ambiental, lo veamos o no.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Dorismilda Flores-Márquez
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