Días de radio
El asunto es muy sencillo y, a la vez, con cierta complejidad.
Lo sencillo fue y es hacer radio.
Mi preparación y mi experiencia son y han sido la de un comunicador. Independientemente de que obtuve un grado de periodista y me especialicé, como lingüista en asuntos de discursos y narrativas colectivas, yo he estado cerca del medio desde hace muchos años, tantos como medio siglo.
Lo habré contado: yo en estaciones emisoras he hecho de casi todo: recadero, cobrador, operador, productor, conductor, hasta que en alguna ocasión tuve en suerte llevar el proceso de apertura de algunas estaciones de radio y, por un tiempo, director de un grupo radiofónico; fue esto último donde menos me sentí a mis anchas: me gusta más el micrófono, las entrevistas, comentar lo que se tercie, pues sigo pensando que pocos medios –ahora que las redes están por liquidar tantos medios tradicionales y, como dicen, analógicos– tienen la magia que se logra cuando en cualquier rincón del mundo alguien se hace acompañar por un sujeto que le cuenta algo.
Corría la primera mitad de la década, la oscura década de los setenta del siglo pasado, que se dice pronto, cuando a la par que recorría las escasas estaciones que había entonces, me conseguí en casa un aparato de onda corta, que encendía cada noche para irme a dormir.
Escuchaba, como no, las transmisiones del béisbol que entonces transmitía Radio Variedades, y los días en que no había beisbol estaciones que resonaban en lenguas desconocidas, aunque recuerdo en especial Radio Darío, de Nicaragua (antes de la revolución sandinista), e incluso la XEB de la Ciudad de México, que era entonces un lugar remoto para un niño de un barrio de una pequeña ciudad en medio de la nada.
Dos días por semana hacía el recorrido que comenzaba en la XERO, entonces en Madero; seguía en la XEBI, que estaba unos metros adelante, en la acera de enfrente; continuaba en la XEAC, entonces en los altos de una casa en Primo Verdad; seguía en la citada YZ, en medio del viejo Parían; y concluía en XEUVA, que estaba en el cuarto piso de un edificio que aún sigue en pie en Allende.
Lo demás ha sido historia: vacaciones operando de madrugada una estación de música norteña, mi primer programa los domingos de noche –Hora Nacional de por medio–, hasta algunos programas que hice vía satelital con personas de
Radio Barcelona, los tiempos de la Radiografía y, más recientemente, casi un año en el matutino que tuve en la radio pública.
Lo sencillo pues fue decidir que quería hacer radio, hablar con los señores Rivas, que me recibieron con una exquisita hospitalidad, acordar con ellos y sus ejecutivos horarios y detalles, y luego trabajar con su equipo de producción (Gabriel, Paola, Jerry, José Manuel), un par de semanas, para nada más regresar de mi reciente viaje, y sentarme en un set de televisión, desde donde sale la señal a la radio, a su canal de televisión, y hacer lo mío. Sea esto lo que sea.
El sábado en la noche (los sábados por la noche son un reto en estos tiempos de Netflix), salí de la radio y al caminar hacia mi auto me topé con una pareja que andaba por allí. Me preguntaron si yo era quién soy. Les respondí que sí. Y me dijeron que justo venían escuchándome en el auto que estaba delante del mío. Me dieron sus nombres, la señora Sevilla y el señor Reyes, a los que agradecí el gesto. Uno dice lo que dice para que alguien se sienta acompañado.
Lo complicado es escuchar, junto a los comentarios de alguien que recién me escuchó la noche anterior, o la anterior a esa, alguna pregunta de cajón.
Como la respuesta no la tengo –yo mismo me la he formulado alguna vez–, tengo la muletilla para salir del paso: yo quiero comunicar, acompañar, aligerar el rato al que me escucha (nunca causar inquietud: la vida ya es demasiado complicada), y lo hago allí donde hay un micrófono, un micrófono que además, y eso abre el panorama, está acompañado también por tres cámaras.
Por cierto hoy en la noche, a las ocho, hay programa; uno donde además tengo la fortuna, como ya pasó en mi anterior matutino, de contar con la colaboración de mi hijo.
Abur.
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