Diez años de Ayotzinapa: el lado de las y los periodistas
En cuatro días será el décimo aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Recordemos que la noche del 26 de septiembre de 2014 hubo en Iguala, Guerrero, un ataque brutal a estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. En este, algunos jóvenes fueron asesinados y otros fueron desaparecidos.
Hace unos días, el podcast El Hilo, producido por Radio Ambulante Studios, dedicó un episodio al caso de Ayotzinapa, enfocándose principalmente en actores que normalmente no vemos: las y los periodistas. Nos han enseñado que el periodista no debe ser protagonista, sino que su labor es informar sobre el acontecer, pero eso ha contribuido a invisibilizar la precariedad con la que se trabaja en un país que es foco rojo de violencia contra periodistas y activistas. En el episodio de El Hilo, Silvia Viñas y Eliezer Budasoff conversan con la periodista mexicana Vania Pigeonutt. Ella, a su vez, entrevistó a varios colegas periodistas de Guerrero, para reconstruir los modos en que cubrieron el caso aquella noche y en los días posteriores, que se han vuelto años, diez años ya.
Entre ellos se encuentra Alejandro Guerrero, uno de los primeros reporteros de Iguala que llegó a documentar lo que había pasado esa noche. Él cuenta que, de los periodistas que estuvieron ahí cubriendo, no todos publicaron sus notas, que hubo autocensura porque hubo persecución contra ellos.
También hubo periodistas que se movieron desde Chilpancingo en medio de la lluvia, porque supieron que, además de los ataques que hubo contra estudiantes, un equipo de fútbol y civiles, también los hubo contra periodistas. Estos periodistas de medios más grandes se arriesgaron a ir para solidarizarse con los locales y documentar los ataques. En este grupo entraron Sergio Ocampo y Rogelio Agustín, corresponsales en Guerrero de medios nacionales mexicanos; Lenin Ocampo, fotoperiodista; así como Ángel Galeana, videoperiodista. También fueron amedrentados cuando estuvieron cubriendo. Vania Pigeonutt llegó al día siguiente, ya de día.
Coinciden en que, gracias al trabajo periodístico, hay cosas que están documentadas, pero la cobertura les ha costado mucho. Tiempo después, Alejandro Guerrero, el periodista de Iguala, sufrió un atentado; más adelante, su hermano, quien también es periodista, fue torturado; y después asesinaron a otro periodista. Pese a estar en el Mecanismo de Protección Integral, las amenazas siguieron y se tuvo que desplazar. Vania Pigeonutt, por cierto, tuvo que dejar México; vive en Alemania, gracias a un programa de acogida de Reporteros sin Fronteras.
Diez años después, la herida sigue abierta, ni el gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto —que estaba en aquel momento—, ni el de Andrés Manuel López Obrador —que inició cuatro años después y prometió llegar a la verdad— lo han resuelto. Estas semanas, distintas organizaciones, entre las que destaca el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, han hecho un ejercicio de memoria del caso y de las vidas de estos estudiantes, que fueron arrebatadas; han evidenciado también la indolencia de las autoridades y han encendido las alarmas porque, si en todos estos años no hemos tenido claridad sobre el grado de involucramiento del Ejército, menos la vamos a tener si avanza la militarización. Hay y habrá muchas protestas y con razón.
Desde donde estemos, no hay que olvidar estos momentos tan oscuros en la historia de México. Tampoco hay que olvidar que conocemos esas historias porque ha habido periodistas que las cuentan. Estos tiempos son duros para activistas y periodistas.
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