El año en que el gobierno decidió defenderse de la realidad
Durante 2025, en México, ocurrieron hechos graves. Pero lo verdaderamente preocupante no fueron los hechos, sino la manera sistemática en que el gobierno decidió interpretarlos. No fue confusión. No fue torpeza. Fue una estrategia narrativa consistente.
Un tren se descarrila. Hay muertos. La reacción no fue asumir responsabilidades, revisar la obra, explicar fallas, corregir decisiones. La reacción fue otra: presentar la tragedia como un ataque político.
Inundaciones golpean, una vez más, a los mismos territorios. La discusión no se centró en el abandono histórico, en el ordenamiento territorial, en la desigualdad estructural. Se centró en quién estaba “usando” la tragedia para golpear al gobierno. Protestas salen a la calle. No se escuchó lo que señalaban. Se cuestionó quién las financiaba, quién las manipulaba, quién estaba detrás.
Así actuó el gobierno durante todo el año. Cada vez que apareció el daño, reenfocó el problema. Cada vez que surgió una pregunta legítima, desplazó el foco. Cada vez que hubo una consecuencia grave, cambió el eje de la conversación. El daño dejó de ser el centro. El centro pasó a ser la defensa del poder.
Ese es el punto que no se puede suavizar. Porque cuando un gobierno interpreta toda falla como agresión, deja de gobernar la realidad y empieza a administrar su relato. Ya no escucha. Ya no corrige. Se protege. Y protegerse exige una sola cosa: desacreditar a quien señala.
Durante 2025, el gobierno no negó los hechos. Hizo algo más eficaz: los reinterpretó. No dijo “no pasó”. Dijo “no pasó así”. “No es el problema, es el ataque”. “No es la tragedia, es el uso político”. Ese giro es profundamente peligroso, porque invierte la carga moral. El poder aparece como víctima. La crítica como amenaza. La rendición de cuentas como conspiración.
Y así, cualquier error puede mantenerse intacto. Cuando el daño se explica como excepción, la estructura queda a salvo. Pero cuando el daño se interpreta como ataque, la estructura ya ni siquiera necesita explicarse. Solo necesita blindarse.
¿Y la ciudadanía?
La ciudadanía no es responsable de las decisiones, ni de los diseños, ni de las omisiones. Pero sí carga con una consecuencia: el adormecimiento. No por falta de inteligencia. Por saturación. Por cansancio. Por una narrativa constante que convierte cada señalamiento en ruido y cada tragedia en disputa política.
Así se anestesia a una sociedad: no negándole la información, sino confundiéndola. 2025 fue el año en que el gobierno decidió defenderse de la realidad, y en que una parte importante de la sociedad no terminó de despertar frente a ese mecanismo. No porque no viera los hechos, sino porque los vio desordenados, reenfocados, desplazados.
El problema no es lo que ocurrió. Eso está documentado.
El problema es quién controló la forma de explicarlo.
Porque mientras el gobierno siga reenfocando cada falla como ataque, y mientras la sociedad no rompa ese encuadre,el futuro no será un error inesperado. Será una consecuencia perfectamente predecible. No de lo que pasó. Sino de cómo el poder decidió contarlo y de cuánto tiempo más aceptemos ese encuadre sin despertar.
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