“El Estado soy yo, y después de mí, el diluvio”

Después de aquella inusitada declaración del presidente López Obrador, y no me vengan con que “la ley es la ley”, que muchos tomaron como uno de los más chistoretes desangelados que, como se los festejan sus lacayos y le hacen creer que es chistoso y ocurrente, aunque después de oírle repetir los mismos chistes durante mil 200 mañaneras, como que va dejando de caer en gracia. Por supuesto, sus aduladores a sueldo no tienen opción y los representantes de la prensa de la calaña de Lord Molécula, los estiman, mientras no falte el pan de cada día.

Uno pensaba que el presidente no podía superar ese desatino, ponerse la soga al cuello, colocarse de tiro al blanco, bajarse los pantalones, escupir para arriba, hacer pipí fuera del recipiente, hacerse el harakiri, etcétera.

El presidente de un país que por declaratoria constitucional es una república democrática, representativa y federal, expresamente señala que ella, la Constitución y los tratados internacionales junto con las leyes que de ella derivan, son la ley suprema de la Unión, pues el presidente declaró en su foro cotidiano, en la residencia oficial, en cadena nacional, que por encima de la ley está la autoridad moral y política del presidente, declaración solo comparable a los de los franceses, “el Estado soy yo, y después de mí, el diluvio”. 

En un país medianamente decente, medianamente politizado, con un mínimo de cultura cívica, una declaración de esta naturaleza habría hecho un cataclismo constitucional, las fuerzas vivas se habrían alzado y esfuerzos muertos hubieran revivido. No es el caso de México, decía Cantinflas: “En México no pasa nada hasta que pasa, y cuando pasa, no pasa nada”. 

Una confesión de autoritarismo fascista en que proclama en un evento público que como presidente de la república su capricho está por encima de todos y no pasa nada.

Lamentablemente los mexicanos nos encontramos ante un dilema, “a donde te hagas te cuerno”. O bien el presidente hizo una declaración con plena conciencia, en uso de sus facultades mentales, convencido que es lo mejor para el país, entonces habrá que concluir que tenemos por presidente a un sátrapa que no debería gobernarnos, o bien, lo hizo fuera de sí, perdió el control porque la atención del gobierno y el estrepitoso fracaso de sus políticas públicas, incapaz de enfrentar cualquier cuestionamiento, lo tienen desquiciado. Entonces nos enfrentamos a alguien que no puede estar al frente del gobierno.

Es todo por hoy. Hasta una próxima, si la hay.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Jesús Eduardo Martín Jáuregui
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Jesús Eduardo Martín Jáuregui, Andrés Manuel López Obrador, Constitución Política

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