El fin de la pandemia
“Que la pandemia ilumine la diferencia entre lo que importa y lo que no importa”, así comenzaba la antropóloga Rita Segato un texto sobre el coronavirus y sus implicaciones sociales. Tres años después, este viernes 5 de mayo de 2023, la Organización Mundial de la Salud decretó el fin de la emergencia internacional por la COVID-19. No significa que el virus haya desaparecido, sino que, en función de los datos de menor mortalidad y mayor inmunidad, ya no es una emergencia sanitaria mundial.
Esta es una buena oportunidad para reflexionar sobre lo que aprendimos en este tiempo. Aquel 11 de marzo de 2020, cuando se declaró que el coronavirus se había convertido en una pandemia y empezó la ola de decisiones para enviarnos a todas y todos a casa, no se veía venir lo que vivimos. Más allá de los desafíos que hubo en términos de salud pública, se fue evidenciando otra serie de problemas que eran bombas de tiempo. Me enfocaré en tres áreas: la investigación científica, la educación y la comunicación.
En primer lugar, en cuanto a la investigación científica, el mundo recordó lo mucho que necesita a la ciencia, cuando se exigía que hubiera vacunas y tratamientos en tiempo récord. Por lo mismo, también se evidenció lo grave que es asignar presupuestos bajos a ciencia y tecnología y a los sistemas de salud pública.
En segundo lugar, la educación no paró, pero se estancó. Por un lado, aun desde casa, las clases continuaron. Para quienes somos docentes, el trabajo se metió a casa sin previo aviso. El comedor se convirtió en aula, oficina, sala de juntas y más. Hay quienes corrimos entre la junta, la clase en línea y la lavadora. Hay quienes corrieron entre las clases de sus hijas e hijos y las propias. Hay quienes tuvieron que correr entre el hospital y el trabajo en línea. Había quienes demeritaban nuestro trabajo y afirmaban que estábamos en la total comodidad y que no queríamos “regresar a trabajar”, pero, al contrario, esos casi dos años en línea nos desgastaron terriblemente. Nuestras y nuestros estudiantes vivieron lo propio, hubo quienes no tenían las condiciones para estudiar en línea, quienes tuvieron que hacerse cargo de las tareas de cuidado, quienes tuvieron que dejar la escuela porque los problemas económicos de la familia impidieron seguir pagando las colegiaturas, incluso quienes no querían estar en casa por las situaciones de violencia que vivían en ella. Quienes siguieron —lo hemos platicado entre docentes— traen lagunas fuertes, no sólo perdieron la oportunidad de desarrollar algunos aprendizajes prácticos en los laboratorios y talleres, sino que también se acostumbraron a estar sin estar realmente. Eso todavía lo arrastramos.
Y eso me lleva al siguiente punto, la comunicación y las relaciones sociales. Se habla de que aumentó el consumo de contenidos audiovisuales en plataformas como Netflix y Spotify, se dispararon los podcasts y el uso de TikTok. Por otro lado, se disparó también la desinformación y se agudizó la polarización. A nivel de comunicación interpersonal, hubo cambios también. El distanciamiento físico se tradujo en distanciamiento social. Eso implicó ciertas dificultades para socializar y se tradujo también en otras problemáticas de ansiedad, depresión y más. La pandemia afectó incluso a quienes no nos contagiamos.
Hay un asunto transversal a esto que dije. Las desigualdades que ya sabíamos que había se agudizaron, entre las deficiencias de los sistemas de salud pública, la crisis económica, la falta de condiciones para el acceso a la educación y el aislamiento, los problemas de salud mental y la violencia intrafamiliar. Esto fue más fuerte para las mujeres, las y los trabajadores precarios y otros sectores.
¿Qué aprendimos de la pandemia? Creo que aprendimos muchas cosas, pero las estamos perdiendo. ¿Hay mejores condiciones ahora para desarrollar investigación científica y tecnológica? No, los cambios en la política científica han ido más bien en otra dirección, pero esa, como diría la nana Goya, “es otra historia”. ¿Hay mejores condiciones para el sector educativo? Tampoco. Seguimos arrastrando lagunas y, en cierto sentido, regresamos a hacer lo que hacíamos antes de la pandemia. ¿Cambiaron nuestras prácticas de comunicación y nuestras relaciones sociales? Quizá sí, un poco.
En algún punto la pandemia iluminó, como decía Rita Laura Segato, “la diferencia entre lo que importa y lo que no importa”. Aprendimos mucho, pero quizás era tanta nuestra prisa por regresar a lo que considerábamos normal, que olvidamos esas circunstancias extraordinarias que nos empujaban a cambiar como personas y como sociedad.
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