El precio del capricho y la corrupción

Pues hace 34 años, más o menos, pretendí publicar un artículo, en el entonces periódico de mayor circulación en el estado, antes de que luego otro diario alcanzara la estratosférica suma de 18 mil ejemplares diarios, que ningún otro diario alcanzaría después.

El artículo se llamó “¿Dónde quedó la bolita?”, y hacía referencia al derrumbe de la construcción en proceso de la fábrica J.M. Romo, en un tiempo en que ya casi había terminado su concienzuda destrucción del Barrio de Triana.  La construcción que, supongo, contaba con todas las autorizaciones, perito responsable, etcétera, tuvo, sin embargo, una falla atribuida extraoficialmente a la utilización de un material hechizo que no contaba con la resistencia y flexibilidad del material de construcción. Solo son conjeturas, porque en la realidad nunca se dio a conocer una investigación y ninguna consignación, y por supuesto, ningún responsable. El artículo no me lo publicaron. En ese tiempo, escribí que el incidente recordaba a goligorderos, los estafadores que engañan con el “Juego de la Bolita” bajo los cubiletes, pero los goligorderos no trabajan solos, se atienden de los aguadores que avisan de la cercanía de policías no pactados, porque en el juego también participaron policías que se hacían simulados, y también los pares, otros individuos que fingían que veían el juego, se acercaban y ganaban, lo que despertaba el interés de los ingenuos, que le dieron una forma fácil de obtener unos pesos que nunca llegaban a tener. Al final, nadie sabía dónde quedaba la bolita, igual que en el derrumbe de J.M. Romo, y como seguramente pasará con los muertos en la estación migratoria de Juárez, no sabremos dónde quedó la bolita.

J.M. Romo ha sido una gran industria, su fundador, por cierto, de los saipeños, y casi, que han impulsado tanto nuestro desarrollo, y que en su momento contó con el apoyo del profesor Olivares Santana y el profesor Javi González, tiene, sin embargo, sus prietitos. No me referiré a las relaciones y condiciones laborales, pero sí, a que no obstante la creación de Ciudad Industrial, el propietario se encaprichó a quedarse en el Barrio de Triana, donde fue comprando, presionando, seduciendo a los vecinos, hasta que terminó como dueño de dos manzanas o más, en el mero corazón de Triana, trastocando su fisionomía, su relación, su vecindario, en fin, su ambiente, entre lo que se perdió fue el centro al inicio de la calle Ancha, denominado La Perseverancia, fundado por la Parroquia, siendo un lugar que tenía múltiples funciones en torno al mejoramiento de la convivencia familiar y con barrial, ahí se atendía alcohólicos, ahí se crearon talleres, ahí se daban clases de tejido y bordado, ahí se daban clases de música y se crearon grupos musicales, ahí, en fin, se creó un centro de convivencia y mejoramiento que todavía los más viejos de la comarca, conocimos.

¿El precio del progreso?, no, el precio del capricho y de la corrupción.

 Es todo por hoy, está una próxima, si la hay.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Jesús Eduardo Martín Jáuregui
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El precio del capricho y la corrupción

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