Emergencia nacional y retórica de grandeza: las claves del discurso de Trump
Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos tal y como lo prometió: firmando una serie de 41 órdenes ejecutivas en materias que van de la inmigración y el cambio climático, hasta salud, drogas, diversidad y género. De las 41 órdenes ejecutivas no hay una sola que no sea polémica. No hay una sola, que no atente contra derechos. No hay una sola sin consecuencias políticas, sociales o geoestratégicas. Y no hay una sola que, de una u otra manera, no afecte a poblaciones, grupos sociales, países y naciones.
Más allá de lo complejo que resulta el análisis de iniciativa por iniciativa, hay un patrón innegable detrás de varias de estas declaratorias. En su forma de hacer política, en Donald Trump no introduce innovaciones. Sus órdenes ejecutivas se enmarcan en el uso de narrativas históricas para justificar medidas radicales bajo la promesa de restaurar la grandeza de Estados Unidos.
El recurso de declarar una “emergencia nacional” como herramientas de política ha sido una constante en la historia de Estados Unidos. Trump parece haber encontrado en la frontera un campo fértil para legitimar medidas que refuerzan su narrativa de una América en peligro, necesitada de soluciones extraordinarias. De hecho, la militarización de la frontera ha tenido episodios estelares. Más aún, desde las políticas de deportación masiva en los años 30, como el Programa de Repatriación Mexicana, hasta la Operación Guardián en los 90, la frontera con México ha sido tratada como un espacio de excepción. Las medidas de Trump, como enviar tropas a la frontera, no hacen más que continuar esta tradición, solo que, desde una óptica más alarmista, transformando a la frontera en un escenario de conflicto, y convirtiéndolo en un símbolo de divisiones.
Otro elemento clave de las medidas anunciadas es la construcción de enemigos internos y externos. Al calificar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales, Trump evoca el lenguaje de la guerra contra el terrorismo, que Estados Unidos declaró tras los ataques del 11 de septiembre, trazando paralelismos con políticas como la guerra contra las drogas iniciada por Richard Nixon y profundizada por Ronald Reagan. Esta estrategia no solo refuerza estereotipos, sino que también busca reconfigurar la relación con México, un aliado histórico, transformándolo en un foco de amenaza. Incluso abre la puerta a intervenciones unilaterales bajo el pretexto de seguridad nacional.
Las políticas antiinmigrantes, por su parte, han sido un instrumento recurrente en la política estadounidense para movilizar votos. Desde la Ley de Exclusión China de 1882 hasta la Operación Espalda Mojada en 1954, los inmigrantes han sido culpados de problemas sociales y económicos. Trump retoma esta estrategia al vincular la migración con el crimen y las drogas, reforzando los estereotipos que movilizan a su base electoral y le generan apoyo político. Explotando los temores sobre la “invasión” y restaurando políticas como “Quédate en México”, Trump refuerza la narrativa y presenta la mano dura como una solución a problemas complejos, mientras desvía la atención de otras fallas estructurales.
Finalmente, a todas estas medidas anunciadas recientemente subyace la retórica de la “América restaurada”. La promesa de Trump de devolver la grandeza a Estados Unidos conecta con momentos históricos como la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto priorizando una agenda nacionalista que rechaza compromisos multilaterales como el Acuerdo Climático de París. Sin embargo, esta promesa de restauración conlleva rupturas significativas, al desechar avances en derechos humanos y políticas progresistas en nombre de una grandeza que nunca estuvo exenta de exclusiones y desigualdades.
El mandato de Donald Trump no es un simple capítulo más en la historia política de Estados Unidos, sino una combinación de continuidades y rupturas que exploran los límites del poder presidencial y las tensiones inherentes a la democracia estadounidense. Al examinar cómo sus políticas se entrelazan con tradiciones históricas y a la vez rompen con ciertos consensos, queda claro que su impacto trasciende el presente, y plantea interrogantes sobre el rumbo que tomará el país en el futuro cercano.
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