En manos de quién estamos
Como acabamos de ver la semana pasada, los períodos de sesiones en las Cámaras de Senadores y Diputados del Congreso mexicano, suelen convertirse en un observatorio muy crudo para analizar y entender el comportamiento de los políticos, en muchos casos, francamente vergonzoso, pero vayamos más allá.
Ese comportamiento tiene poco que ver con el marco institucional, con la competencia electoral o con las propias de leyes, aspectos donde normalmente ponemos atención, para ver cómo mejora el funcionamiento de los organismos públicos, tampoco se explica solamente por la obsesión de tener algo de poder, sino que hay algo más oscuro, y en ocasiones enfermizo, por ejemplo, se habla ahora de que el Congreso de Aguascalientes quiere aumentar, de los 27 diputados que actualmente tiene, a 29. La pregunta de fondo es si esta medida, que parece simple, sirve de algo en realidad para la vida de los ciudadanos y no se trata de que el número sea mayor o menor, sino de la verdadera relevancia de estas ocurrencias. Seamos claros, la primera observación es que con sus excepciones, desde luego, buena parte de los políticos, legisladores, regidores, de estos tiempos, carecen de la preparación técnica, académica o intelectual para comprender temas complejos relacionados, por ejemplo, con la economía, con el agua, con el medio ambiente, con las finanzas públicas o con el desarrollo urbano, en muchas ocasiones no tienen la menor idea de lo que realmente pasa en el mundo o en México, y parecen estar cerca al analfabetismo, que de las soluciones reales para los problemas, pero lo más llamativo no es esa carencia, sino la falta de conciencia de que padecen de tal carencia, es decir, con frecuencia supone que el mero hecho de ganar una elección en un distrito o municipio hace innecesaria la exigencia de prepararse, de estudiar, de reflexionar con información fina, con números y con datos duros, en torno a cuestiones sobre las cuales tendrán que decidir. Pareciera que el cargo al cual llegaron, gracias a las componendas y complicidades partidistas, les dota como por arte de magia de las competencias necesarias para subir o bajar impuestos, distribuir el gasto público, asignar recursos o dictaminar sobre el futuro del cosmos, con el simple argumento de que al haber obtenido el voto ellos saben lo que quiere y necesita la gente o el país, y más bien, lo que ocurre es exactamente lo contrario.
El segundo fenómeno es que muchos de estos personajes, se asumen en el centro del universo, y piensan que esa ubicación les otorga, mediante un mecanismo típicamente narcisista, un estatus, lo mismo para negociar presupuestos que, para delinquir, ven en la Cámara, el partido, el Cabildo, la administración, una especie de placenta que los distingue y los protege, pero el asunto es mucho más complicado. Un psicólogo italiano que trabajó por años en el Parlamento de ese país, explicaba que el problema de fondo, es que este tipo de políticos, este tipo de Diputados a los que atendía clínicamente, se identificaban con el pequeño poder que tenían y no sabían reconocerse fuera de él, porque sin el cargo padecían la angustia de no existir, y esa es la razón por la cual incurren en la frivolidad, en el culto de la personalidad, de una manera a veces enfermiza, por ello, explorar los resortes psicológicos personales, sociales, familiares, de este tipo de gente, debiera ser una asignatura obligatoria para saber cómo educarlos, cómo negociar con ellos, cómo crear una estructura de incentivos tal, que los mueva a tomar unas decisiones y no otras, y qué tanta estabilidad poseen para desempeñar la función pública.
En suma, como ya sucede en muchos países, va siendo hora de que los líderes potenciales, más allá de lo puramente político, deban ser sometidos de antemano a exámenes médicos exhaustivos para garantizar que los más brillantes sean también los más sanos mental y moralmente, desde cualquier punto de vista, sería un ejercicio fascinante para saber en realidad en manos de quién estamos.
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