Estalinismo en el partido

La forma de gobierno democrática exige que exista la discusión en términos de equidad y tolerancia para todas las posiciones y expresiones políticas. En las democracias que se practican bajo el régimen de partidos, la pugna por el poder y la toma de decisiones se lleva a cabo -en primera instancia- dentro de los partidos políticos, para luego someter esas decisiones al voto de las legislaturas o de los electores.

Este modelo es interesante, ya que los partidos políticos tienden a agrupar a liderazgos y segmentos poblacionales en función de la afinidad ideológica. Sin embargo, en la vida interna de los partidos debe haber bastante cabida para el disenso y la negociación. De este modo, las decisiones políticas que emergen de los partidos pueden gozar de cierta legitimidad antes de ser votadas por el pueblo o por los representantes populares.

Lenin publicó en 1902 su libro ¿Qué Hacer?, texto fundacional en la doctrina de la Rusia post revolucionaria, que puso las bases para la organización interna del Partido Comunista con el concepto de Centralismo Democrático; es decir, la necesidad de una discusión plural dentro del partido para tomar una decisión; pero una vez tomada esa decisión, todo el partido –incluyendo a sus detractores- deben cerrar filas en torno a ésta.

Al arribar Stalin al poder, el Centralismo Democrático se transformó en totalitarismo; o sea, en apariencia, existía una discusión plural dentro del partido, y se cerraban filas en torno a las decisiones colectivas; pero en la práctica, la discusión no existía y sólo se seguían las directrices de Stalin. Así, se hizo tabú el disentir o el opinar diferente al líder, y se vetó a los detractores dentro del partido.

Así, el líder y su voz ocuparon todos los espacios de discusión dentro del partido. A la diversidad de posturas que no coincidían con Stalin se les calificó de traición al movimiento transformador. En ese régimen, el jefe del estado era también el jefe del partido. De este modo, el totalitarismo se expandió fuera del partido, afectó a toda la ciudadanía, y las voces divergentes terminaron presas, exiliadas, o desaparecidas.

Es un ejemplo histórico del proceso en el que un partido inicialmente democrático se transforma en totalitario. El culto a la personalidad del líder, creer que éste no se equivoca, así como vetar por traidor a quien opina diferente, son síntomas de Estalinismo en un partido; lo que pone en riesgo su democracia interna. Vemos justo esto en México, con el partido gobernante y su guerra contra el poder judicial.

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Alan Santacruz
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Alan Santacruz, Opinión, Columnista BI

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