Feria de las Calaveras, una falsa tradición
En un bar situado en el centro de Madrid llamado “Los Gabrieles” me llevé una sorpresa. Las paredes se encuentran decoradas con murales en cerámica de esqueletos con diferentes atuendos que representan personajes del siglo XIX. Me pregunté cuándo habría estado José Guadalupe Posada por allá o cuándo el pintor Enrique Guijo Navarro habría estado en México. Ni Posada fue a España ni Guijo vino a México y las fechas de su trabajo transcurren entre finales del siglo XIX y principios del XX.
Coincidencia o algún antecedente común que tomó los esqueletos como objeto de sátira, ni uno ni otro los pensaron como representación del culto mortuorio. La Calavera Garbancera era una crítica de personajes arribistas que pretendían pasar como de la clase alta con vestimentas y adornos curros, aunque estuvieran en los huesos. Nada que ver con el culto a los fieles difuntos, menos aún con evocaciones a las celebraciones prehispánicas.
Cuando yo era niño, la celebración de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos se hermanaban, no tenía una preeminencia sobre la otra y en todo caso eran culto paralelo de la Iglesia Triunfante, es decir de quienes han pasado a mejor vida en la gloria eterna.
A un costado del Templo de la Tercera Orden de San Francisco, a un lado del templo de San Diego, frente al Parián, posiblemente porque en este se conserva la momia del padre Peña en una pequeña catacumba, se colocaban los puestos con fruta de la estación: cañas, tejocotes, naranjas, cacahuates...sería por eso que se llamaba la “Feria del Bagazo”, algunos puestos también vendían calaveras de barro cocido, charamuscas, algunas con forma de esqueleto, pequeños esqueletos plateados también de barro cocido, dulces de azúcar, figuritas de plomo, moldes de barro en que con plomo o parafina podrían fundirse figuritas que servirían de juguete y párele de contar. En los panteones Los Ángeles y La Cruz, únicos abiertos, se vendían flores y aguardaban los enterradores que se ofrecían a limpiar las tumbas y repintar las lápidas.
En mi niñez no había ofrendas o altares de muertos, ninguno de los esperpentos ni desfiles o festejos que ahora se nos presentan como tradiciones. Ahora los pobres difuntos relegados a un segundo plano con sus tumbas como escenografía para representaciones grotescas y falsas, aguardan que alguien se acuerde y eleve una plegaria por su descanso eterno. Ahora es un festejo comercial y productivo, vale, pero que no nos lo quieran vender como tradiciones.
Es todo por hoy, hasta una próxima, si la hay.
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