Fiestecita para el presidente
El grito de la Independencia que seguramente fue durante años el festejo popular por excelencia en el que sabíamos los mexicanos a unirnos en un abrazo porque se habían roto las cadenas, el cura Hidalgo nos había dado la patria y había que matar gachupines, aunque algunos de nuestros héroes fueron gachupines, aunque los gachupines nos hubieran dado la institución de estudios de postgrado más prestigiosa, el Colegio de México. ¡Ah! Una auténtica verbena popular y el desfile, qué decir del desfile.
La apoteosis del sentimiento libertario, sí que se les hacía agua la boca para corear a Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo y recordar indignados a los cuatro héroes cuyas cabezas fueron colgadas en unas jaulas en las esquinas de la infame albóndigas, digo, alhóndigas, símbolo maldito del intendente Riaño que lo prohibió su virrey, fiesta de todos los mexicanos.
De buenas a primeras, se convirtió en la fiestecita privada del presidente, decidieron, ya sabíamos de qué pie cojeaba, más o menos había podido disimularlo, pero ya se descaró. “A ti no te invito porque no nos llevamos bien, a ti sí porque eres bien arrastrado, a ti también porque haces lo que digo, a ti no te invito porque me criticas”. El grito se convirtió en la fiesta para el peje y para sus cuates, olvidando que el gobierno de México no es el presidente, sino tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
De pilón, por sus tompiates, el peje cortó a Aldama, cortó a Abasolo, seguramente porque él tiene otros datos.
El 16 todas las formas peores, el desfile ya no fue el recuerdo de los héroes de la independencia, sino la apología del Ejército, cuya lealtad perenne está fuera de duda, a salvo por los traidores Miramón, el traidor Mejía, el traidor Aureliano Blanquet, el traidor Huerta, el traidor Félix Díaz, el traidor Bernardo Reyes, el traidor Saturnino Zedillo, para rematar, García Barragán, quién traicionó al pueblo y masacró a su juventud.
El zócalo se convirtió en el escenario para el autoelogio, para el festival de fin de año del Colegio Militar, con sociodrama, poesía coral y gimnasia.
En el Zócalo ya no tuvo cabir el pueblo bueno y sabio, el que seguro el presidente lo cuidaba, ahora, ¿quién lo cuida? Pues sin duda las Fuerzas Militares y, ¿de quién lo cuida? Pues el pueblo bueno y sabio, al menos de las feministas de las que se ha tenido que proteger, rodeado tres vallas del palacio y ahora prefirió de plano dejarlas para los mil vivos.
Entronizado en sí mismo, blindado por el ejército, temeroso del pueblo, AMLO se interna en su último año sostenido en los limones que reparte con sombrero ajeno. Por la mayor deuda interna desde 1988 y con el fantasma gigantado del gol en que con su soberbia creó (Xóchitl), sin duda vendrán tiempos difíciles. Es todo por hoy hasta la próxima, si la hay.
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