Gobernar en tiempos de ciclos

Hay momentos en que las sociedades se mueven con el ritmo pausado, casi imperceptible, de una transformación progresiva. Y hay otros —como el que atravesamos— en los que la historia se acelera, se condensa, se vuelve ruido y vértigo. Los mercados amanecen estresados, los liderazgos se vuelven reactivos, las certezas se desmoronan. En estos momentos, el péndulo no sólo se mueve: golpea.

Hoy vivimos un cambio de era. No uno que se anuncie con banderas ni declaraciones solemnes, sino con decisiones abruptas, flujos financieros erráticos y una creciente incapacidad de los gobiernos para anticipar. La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, no es sólo una medida comercial. Es una grieta en el edificio del orden económico global. Es, también, una advertencia de que las reglas con las que se jugó durante décadas han dejado de aplicarse con consistencia o legitimidad.

Trump aplica un 10% de arancel a los productos de Singapur, país que durante años encarnó el modelo de apertura, eficiencia y neutralidad. Y la respuesta de su primer ministro, Lawrence Wong, es tan sobria como contundente: “Estamos entrando en una era más arbitraria, más proteccionista y más peligrosa”. El mundo se está desglobalizando, pero no con estrategia, sino con berrinches.

La pregunta no es si estamos ante una crisis económica global. La pregunta es si entendemos en qué parte del ciclo estamos parados. Porque los números aún no muestran una recesión formal, pero el comportamiento de los mercados es el de un sistema que huele a declive. Lo sabemos: la economía no se mueve sólo con datos, se mueve con miedo, con expectativas, con proyecciones. La volatilidad es una emoción disfrazada de análisis.

Y sin embargo, hay algo más importante que los aranceles o las bolsas de valores: cómo reaccionan los gobiernos. Porque ahí radica la diferencia entre una sociedad que se colapsa ante el péndulo y una que aprende a moverse con él.

La historia no es lineal. Es pendular. Las sociedades se balancean entre modelos, entre promesas y frustraciones, entre el exceso y la corrección. Del proteccionismo al libre mercado. De la apertura cultural a la identidad cerrada. Del progresismo global a los nacionalismos de barricada. Cada extremo es una reacción al desequilibrio anterior. Y cada equilibrio logrado es siempre temporal.

Lo que sorprende no es que el péndulo se mueva. Lo que sorprende es la ceguera institucional con la que muchas veces se le enfrenta. Gobiernos que actúan como si el contexto no importara. Como si las herramientas del pasado fueran suficientes para problemas nuevos. Como si gestionar fuera sinónimo de administrar. Pero gobernar es otra cosa: es leer el tiempo histórico con lucidez, con humildad, con estrategia.

Los ciclos económicos, políticos y sociales existen. No son una metáfora: son estructuras de comportamiento colectivo que se repiten con variantes. Las grandes crisis económicas no aparecen de la nada: se gestan en los excesos no corregidos, en las advertencias ignoradas. La polarización social no brota de un día para otro: se acumula en los silencios, en la desigualdad estructural, en los vacíos de representación.

Los gobiernos locales y estatales, aunque no dicten el rumbo del sistema financiero internacional, sí pueden construir respuestas a partir de una lectura estructural del contexto. La clave está en dejar de mirar solo el presente inmediato. El tipo de cambio puede subir y bajar en el mismo día, pero el sentido de las decisiones públicas debe trascender esa oscilación.

Hoy, el peligro no es solo la recesión, sino el cortoplacismo. La ansiedad de responder al titular del día, a la curva del dólar, al escándalo digital. Esa ansiedad nos vuelve erráticos, reactivos, débiles. Pero si entendemos que lo que está en juego es el cambio de un ciclo, entonces la tarea es otra: reposicionar a nuestros territorios para resistir, adaptarse y, si es posible, aprovechar el reacomodo.

Eso implica hacer diagnósticos más complejos, mirar la estructura económica con lentes críticos, diversificar apuestas productivas, fortalecer alianzas regionales, formar cuadros técnicos capaces de interpretar no solo cifras sino señales, y sobre todo, desarrollar una narrativa de futuro que no sea frágil ante la tormenta.

El péndulo seguirá moviéndose. Pero la diferencia está en si lo enfrentamos con brújula o a ciegas. Con equipos formados o con operadores reactivos. Con visión o con miedo.

Porque el verdadero liderazgo no consiste en tener todas las respuestas, sino en saber qué preguntas hacerse. Y esta es una de ellas: ¿estamos gobernando para lo que el mundo fue… o para lo que el mundo se está volviendo?

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Nadine Cortés
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