¿Hay que ser joven para ser promesa?

En todas partes del mundo hay una retórica habitual que suele asociar la juventud como categoría biológica, digamos entre los 18 y los 30 años, con una larga serie de ventajas comparativas respecto de otros grupos erarios, entre los clichés convencionales se incluyen decir, por ejemplo, dar paso a las nuevas generaciones, dejar un mundo mejor a los jóvenes y frases por el estilo que tienen más de lirismo que de realismo, en otras palabras, es la beatificación de la juventud. El problema con esa lógica binaria que ser jóvenes, ser bueno y lo que no encaje en ese molde es malo. Es que no parece corresponder a los hechos a la realidad como se observa, por ejemplo, en la política, antes bien, quizá está sucediendo exactamente lo contrario, algo nos dice que los actuales líderes políticos a nivel global sean gente vieja o mayor en muchas partes; Joe Biden tiene 82 años, Luiz Inácido de Brasil tiene 77, Alberto Fernández de Argentina ronda los 64, Draupadi Murmu de la India y Marcelo Rebelo de Portugal andan en los 72 años y los actuales aspirantes presidenciales en México, de todos los partidos, se colocan en el rango de los 59 a los 69 años. En este sentido, la pregunta tendría que ir por otro lado, ¿dónde están las jóvenes promesas de la política? o mejor dicho, ¿hay que ser joven para ser promesa? Por regla general, se dice que las nuevas generaciones están mejor preparadas y en un sentido amplio es verdad, al menos en escolaridad, o sea, cuántos años de estudio tienen pero no necesariamente en el oficio político.

Hay al menos cuatro características observables, que desde luego admiten excepciones, la primera es que entre los actores gobernantes o legisladores jóvenes de todo el país son pocos los que cuentan con una trayectoria académica no se diga intelectual destacable, una buena mayoría se dedicó desde muy temprano a eso que se llama la política universitaria o partidista en la que se fueron involucrando de manera tan intensa que no les dejó espacio para estudiar o para prepararse, entender precedentes y conocer a fondo la mecánica correcta de la toma de decisiones en la política pública suele leer poco o nada parecen tener escasa curiosidad intelectual no dedican tiempo a pensar y los tienta más el espectáculo que la reflexión.

El segundo rasgo es que difícilmente conoce en el mundo al menos en muchos que ocupan cargos públicos son raros aquellos que entienden cómo y por qué surgieron ciudades, estados, o países que han alcanzado niveles espectaculares de desarrollo, cómo fueron los procesos de modernización y de transformación, por ejemplo, en los espacios urbanos, cómo incrementaron su competitividad y como articularon ecosistemas integrales que funcionan con enorme eficiencia en términos de desarrollo, inclusión, bienestar y calidad de vida para sus habitantes.

En tercer lugar, como no tuvieron tiempo o interés en adquirir una preparación más o menos sofisticada ni están muy familiarizados con lo que sucede en el mundo o en explorar las tendencias de lo que está cambiando su visión de la forma de conducir una comunidad, es por consecuencia, particularmente, modesta ilimitada más cercana al perfil de un burócrata que a las condiciones de un líder, a buena parte de las jóvenes generaciones políticas, lo que les importa es el sitio en que aparecen en las encuestas del día o los dividendos electorales y de los otros, por supuesto todo lo cual normalmente no tiene impacto directo en los resultados concretos.

En cuarto lugar, probablemente porque ahora vivimos en una sociedad de medios y de redes, se ha fomentado un culto a la personalidad que está por encima de cualquier otro valor lo que importa es no es ser ni hacer sino aparecer, o sea, si estoy en Twitter, en Facebook, en Instagram, entonces existo y esa tendencia, en cierto grado una patología, una forma de compensar carencias vitales, porque fuera del cargo de la chamba padecen la angustia de no existir.

La combinación de todos estos factores genera que el potencial, que eventualmente tendrían los jóvenes funcionarios la energía, por ejemplo, se pierda porque por un lado ésta no se concentre en construir un verdadero liderazgo o en hacer política para producir bienes públicos, duraderos y por otro, porque omiten que en política los grandes cambios se alcanzan con decisiones basadas en la experiencia, el buen juicio, la intuición fina, una adecuada gestión del riesgo el conocimiento, la información y la comprensión de la historia.

Como decía Winston Churchill “en la historia se están todos los secretos del arte de gobernar. Parece claro que en política convertirse en un líder estratégico no depende para nada de la edad.

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión

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Otto Granados
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