Internet en la vida cotidiana

El pasado 17 de mayo celebramos el Día Mundial de las Telecomunicaciones y la Sociedad de la Información, también conocido como Día de Internet. Esta vez no me concentraré en los indicadores de acceso y uso de internet, que ya sabemos que son importantes y reflejan unas desigualdades muy fuertes entre regiones a diferentes escalas, que se complejizan cuando comparamos datos por género, edad, nivel socioeconómico, nivel educativo y más. Esta vez dejaré esa discusión de lado y me concentraré en las transformaciones de internet en la vida cotidiana.
Quizá muchas y muchos recordamos aquellas conexiones telefónicas mediante las que accedíamos a internet, a la vez que dejábamos sin teléfono a la familia completa. A veces hasta hacemos bromas respecto a lo lento que era conectarse, decimos que dábamos clic para entrar y podíamos ir a preparar un café y resolver otras cosas mientras aquel sonido tan peculiar nos indicaba que se estaba conectando a la red. Las páginas web tardaban en cargar, sobre todo si tenían aquellas animaciones en Flash.
Visto desde nuestro presente, muchas cosas han cambiado y no atraviesan sólo por la velocidad. Edgar Gómez Cruz, un investigador mexicano adscrito a la Universidad de Texas en Austin, publicó el año pasado el libro Tecnologías vitales: Pensar las culturas digitales desde Latinoamérica. En él habla de tres transformaciones históricas: una que va del ciberespacio a los algoritmos; en segundo lugar, la consolidación del capitalismo digital; y, finalmente, la normalización de las tecnologías digitales.
El paso de aquellas conexiones telefónicas, al internet inalámbrico y las conexiones móviles que son tan comunes en nuestro tiempo, implica un cambio en la experiencia. Aquel sonido tan característico era un paso “hacia” internet, era una puerta de entrada. Las conexiones móviles de nuestros tiempos hacen que no tengamos que “entrar” a internet, sino que estamos siempre (o casi siempre) conectadas/conectados y constantemente estamos recibiendo notificaciones de distintas aplicaciones, en las que conviven mensajes de gente que queremos, mensajes del trabajo, reels, noticias, datos curiosos, publicidad, alertas meteorológicas, likes y reacciones, actualizaciones y mucho más. No es un asunto menor, implica que pasamos de conectarnos a internet cuando queríamos o podíamos, a hacerlo siempre y a recibir este bombardeo de notificaciones que requieren nuestra atención. Eso cambia la experiencia que tenemos con la tecnología.
Esto se relaciona con otro cambio. En los primeros tiempos de internet, accedíamos a sitios web, sin mayores restricciones. Desde hace alrededor de una década, casi todo se ha plataformizado, es decir, que accedemos a internet mediante plataformas en las que es necesario tener una cuenta y aceptar los términos y condiciones. Más allá de las implicaciones en términos de derechos digitales, de las cuales hablaré en otro momento, hay una especie de privatización de la experiencia en línea, porque lo que hacemos se da en plataformas distintas, que a veces conviven entre sí y a veces no, que desaparecen—como ocurrió con Google Wave y Google Buzz—, o cambian de lógica —como ha pasado miles de veces con Facebook y Twitter—.
En tiempos del crecimiento de plataformas y aplicaciones de inteligencia artificial, estamos viendo los cambios muy de cerca y, en varios casos, estamos en medio de la vorágine. Aquí es donde más necesario se hace que desarrollemos perspectivas críticas frente a la tecnología, para lo cual hacen falta esfuerzos de alfabetización digital crítica, que nos permitan encontrarnos en medio de los cambios tecnológicos históricos.
 

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Dorismilda Flores-Márquez
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Dorismilda Flores-Márquez, Opinión, Columnista BI

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