La auténtica democracia
Nos hemos dado cuenta, en estos tiempos, que los mexicanos hemos optado por ser extranjeros en nuestro propio país. Me refiero a que solamente se es extranjero cuando se habla otra lengua, y hemos permitido que se hable en otra lengua en nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; un documento que signa el pacto político de las y los mexicanos, que es breve y que no codifica.
Y en ese sentido uno de los tres poderes debe de ser garante de lo que la Constitución diga. La Constitución dice lo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación dice que dice. No podemos ser extranjeros con una constitución en arameo que nadie pueda entender.
La hemos ignorado y es preciso sacar este documento básico de nuestro pacto social para defender en todas las instancias nuestra calidad de ciudadanos y de ciudadanas, de mexicanos y de mexicanas; defenderlo con el gran amor del argumento y no dejarnos llevar por el canto de las sirenas que nos enseñó Sísifo, en el cual cada chisme de corte mediático posmoderno nos vuelve locos.
Nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos no miente, regula nuestra vida compartida.
Tener ideas no tiene nada que ver con la ideología, tampoco con abstracciones como fuerza de trabajo o justicia social. Esas abstracciones son conceptos que hay que explicar en la naturaleza de los expertos.
Las mexicanas y los mexicanos votaron, pero no extendieron un cheque en blanco para que los grupos mayoritarios hagan lo que quieran. Eso es una falsedad, y la primera manera de mostrarlo es: ¿cuál es la razón por la cual todos aquellos que votaron por los dos senadores del PRD que se cambiaron con Morena y aliados? Y, ¿ cuál es la razón por la cual el senador por Veracruz también tuvo otra concepción en las votaciones de la reforma al Poder Judicial? ¿Acaso esos electores no votaron por un proyecto específico? ¿O esos electores no tienen valor, por el simple argumento de que el pueblo quiso y nos dio?
El pueblo es parte de esas subjetividades, de esas abstracciones. El pueblo no votó, votaron las y los ciudadanos, porque el pueblo no tiene esa categoría de definición como lo tiene el ciudadano, la persona o el individuo.
El voto que se otorgó fue un voto de responsabilidad política y administrativa. Hay que decir una y otra vez: no hay fraude electoral, no se descompusieron los algoritmos. Esos son luchas de carácter mediático, a ver a quién le producen algo.
Casi un millón y medio de ciudadanas y ciudadanos posibilitaron que la ciudadanía llegara a las casillas y ejerciera su derecho de sufragio, pero además escrutaron y contaron los votos con ese abigarrado sistema de un voto es intransferible, universal, o secreto, pero se le puede dar una parte de la unidad para efectos de fuerza política.
Eso lo hizo el ciudadano, y lo hizo muy bien con tres pruebas de ácido que superó la ciudadanía que organiza las elecciones. El administrador de las elecciones, el órgano electoral, solamente administra el procedimiento electoral, entonces ese, cerca de un millón y medio de ciudadanos y ciudadanos, hicieron un trabajo ejemplar y en ningún momento recibieron un voto universal para que los triunfadores hagan lo que se les venga en gana.
En una democracia las decisiones deben de tener el tamiz de todas las minorías. Esa es la auténtica democracia.
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