“La educación inclusiva: Un paso hacia la equidad y el desarrollo sostenible”
La educación es un derecho fundamental de todos los individuos, sin importar su origen étnico, género, discapacidad o condición social. En este sentido, la educación inclusiva busca garantizar una educación de calidad para todos, promoviendo la igualdad de oportunidades y fomentando la diversidad en las aulas.
La educación inclusiva reconoce que cada individuo tiene habilidades y necesidades únicas, y que es responsabilidad del sistema educativo adaptarse para satisfacerlas. Esta perspectiva no solo beneficia a los estudiantes con discapacidades o necesidades especiales, sino a toda la comunidad educativa. Al promover la inclusión, se fomenta el respeto mutuo, la empatía y la aceptación, valores esenciales para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
En todo el mundo, se han establecido políticas de educación inclusiva, pero no han resuelto en definitiva la evidente desigualdad de oportunidades para los grupos marginados por motivos de género, etnia/raza, orientación sexual, discapacidad y neurodiversidad. En los sistemas educativos, -como el caso mexicano-, cuando la meritocracia es el punto de referencia para el éxito, se margina a los estudiantes de grupos minoritarios.
La aspiración de todo sistema educativo, justo debe ser la igualdad de oportunidades educativas independientemente del género, la herencia lingüística, la religión, la clase social y las (dis) capacidades.
El informe de la UNESCO “La Evaluación Internacional de Educación Basada en la Ciencia y la Evidencia”, iniciativa del Instituto Mahatma Gandhi de Educación para la Paz y el Desarrollo Sostenible (IMGEP) de la UNESCO, destaca la importancia de la educación inclusiva en el contexto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), señalando que, para alcanzar un desarrollo sostenible, es fundamental garantizar que todos los individuos tengan acceso a una educación de calidad.
La educación inclusiva no solo busca eliminar las barreras que impiden el acceso a la educación, sino que también promueve la participación activa de todos los estudiantes en la vida escolar y en la toma de decisiones. Esta participación activa no solo fortalece la autoestima y confianza de los estudiantes, sino que también contribuye a la construcción de una ciudadanía comprometida y consciente de sus derechos y responsabilidades.
El mismo informe señala que en educación primaria, la paridad de género en la matrícula se ha logrado en dos tercios de los países del mundo. Sin embargo, más del 30% de las niñas en edad escolar de educación primaria todavía no tienen acceso a la escuela; en educación secundaria, en todo el mundo, casi una de cada cuatro niñas de entre 15 y 19 años no está empleada, ni estudia, ni recibe formación; en comparación con uno de cada 10 niños de la misma edad.
En lo relativo a las minorías por cuestiones raciales/étnicas y lingüísticas, la permanencia en grados superiores de educación de estos grupos ha aumentado en diversos grados en los distintos países, sin embargo, -con algunas excepciones-, los estudiantes de origen inmigrante tienen un rendimiento inferior en las evaluaciones de aprendizaje estandarizadas como PISA en comparación con los demás estudiantes.
En el caso de estudiantes de las diversidades sexuales LGBTQ, la aceptación ha aumentado, aunque cierto es que las prácticas escolares están influenciadas por las normas dominantes tanto en género como sexualidad, utilizando principalmente el binarismo de género y sexual en los planes de estudio, las pedagogías y la cultura escolar, -lo que sin duda esta abierto al más amplio debate-, sin embargo, no se puede dejar de reconocer que la educación puede aumentar la aceptación e inclusión LGBTQ+, y combatir la hostilidad, el acoso, la segregación, la exclusión y la violencia sexual tan extendidos por todo el mundo, especialmente en nuestro país.
Se debe reconocer también que aún falta mucho por hacer para lograr la igualdad de oportunidades educativas para los estudiantes con discapacidades/diferencias físicas y neurobiológicas. Estos estudiantes, tienen menos probabilidades de ingresar a la escuela y tienen tasas más bajas de finalización de la escuela primaria y secundaria que sus pares, lo que se agrava aún más en niveles superiores de educación.
Los estudiantes con diferencias específicas de aprendizaje como dislexia, discalculia y disgrafía, en particular cuando se combinan con problemas de salud mental, tienen un rendimiento escolar más bajo, lo mismo que los estudiantes con trastornos del neurodesarrollo, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), autismo y otros problemas de salud mental. Las neurodiscapacidades, como las lesiones cerebrales adquiridas, son muy frecuentes, pero a menudo se descuidan o se malinterpretan en los entornos educativos, en particular en las poblaciones más pobres y vulnerables. Las neurodiscapacidades contribuyen a la exclusión escolar y al bajo rendimiento educativo.
Además, los maestros a menudo carecen de la experiencia y las herramientas para reconocer y satisfacer las necesidades de los estudiantes con discapacidades, diferencias o dificultades de aprendizaje.
En el caso especifico de estudiantes con esta condición, o bien, aquellos que pueden ser catalogados como alumnos con aptitudes sobresalientes o altas capacidades, pueden y deben recibir acompañamiento especializado fuera de las aulas “regulares” y dentro de ellas. Aquí se confrontan dos puntos de vista: quienes abogan por una educación separada para estudiantes con discapacidades/diferencias con el argumento de que satisface sus necesidades, y, por otro lado, quienes consideran que esto se considera discriminatorio y excluyente.
Agrava aún más la brecha de desigualdad entre todas las diversidades señaladas con anterioridad, el hecho de que la información sobre las tasas de matrícula, los niveles de aprendizaje y conclusión de estudios entre las personas con discapacidad/diferencias es limitada. El citado informe de la UNESCO, señala que entre 2015 y 2020, el 40% de los países no recopiló datos sobre la prevalencia, la asistencia escolar y la finalización de la escuela para estudiantes con discapacidades, lo que sin duda limita la formulación de políticas eficaces para cerrar las brechas en el acceso, la permanencia, el tránsito, y el aprendizaje.
La pandemia por COVID-19 evidenció las muchas carencias de nuestros sistemas educativos, entre ellas, la atención a las diversidades en las prácticas de enseñanza a distancia, por ello, ahora que se ha retronado a una “nueva normalidad educativa”, resalta la importancia de la tecnología como herramienta para promover la educación inclusiva.
Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) ofrecen oportunidades sin precedentes para adaptar el proceso educativo a las necesidades individuales de los estudiantes. La digitalización de los contenidos, la creación de plataformas educativas accesibles, y el uso de herramientas de apoyo son algunas de las formas en que la tecnología puede contribuir a la inclusión educativa. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la tecnología no debe ser vista como un sustituto de la interacción humana, sino como una herramienta complementaria que potencia las capacidades de los estudiantes.
Para lograr una educación inclusiva, es necesario un compromiso decidido por parte del gobierno, los educadores y la sociedad en su conjunto. Se requieren políticas y estrategias que garanticen la accesibilidad física y pedagógica de las instituciones educativas, así como la formación docente en prácticas inclusivas.
La educación inclusiva no solo es un imperativo ético, sino una inversión en el futuro de nuestra sociedad, es el camino hacia la equidad y el desarrollo pleno de cada individuo, hacia su florecimiento humano.
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