La evolución de la educación y su impacto en la mejora de las sociedades (Parte 1)

“Durante los últimos 50 años, la educación ha impulsado enormes avances tecnológicos y científicos, ha sacado a millones de personas de la pobreza y ha mejorado la vida de muchos. Sin embargo, también ha exacerbado la exclusión social y la desigualdad, estableciendo nuevas formas de elitismo y una mentalidad centrada en el individualismo”. – UNESCO. 

Desde la década de 1980, las políticas de los países desarrollados y en desarrollo han enfatizado el crecimiento económico, la privatización y los mercados, lo que ha llevado a una ola de reformas educativas que enfatizan la educación como motor de los resultados económicos. Nuestro país no ha estado exento de ello, aunque la reciente Reforma Educativa, denominada la Nueva Escuela Mexicana, pretende poner el foco el desarrollo del concepto comunidad. 

En los últimos 50 años, la tendencia en el cumplimiento de los objetivos de la educación nos deja ver un ascendente en los niveles de alfabetización; un crecimiento de la inscripción, -relacionado con el incremento de la matricula, y la cobertura de los servicios educativos-; un alza en la credencialización (la acreditación de títulos, o grados, así como, el logro de los mismos en función de la meritocracia); y un creciente adelanto tecnológico. Sin embargo, en aspectos como el desarrollo social y emocional, así como la formación cívica o en ciudadanía y valores, la tendencia es desalentadora en cuanto a su mejoramiento, y es justo, donde a la luz de las problemáticas del mundo moderno se requiere poner especial atención. 

Uno de los objetivos de la educación, es justamente el florecimiento humano, este se puede definir como el desarrollo completo y pleno de las capacidades y potencialidades de un individuo. Es un enfoque holístico que va más allá de simplemente satisfacer las necesidades básicas, y busca alcanzar un estado de bienestar óptimo en todas las dimensiones de la vida de una persona. Se basa en la idea de que el objetivo de la vida no es solo sobrevivir o evitar el sufrimiento, sino también alcanzar niveles más elevados de realización personal, crecimiento, y contribución a la sociedad.

En este sentido, dentro de los elementos de la educación que se asocian a este concepto, prácticamente todos han venido decreciendo o dejándose de atender, como son: la libertad de elección, pensamiento y acción; los valores humanísticos asociados a la justicia social y equidad; las relaciones familiares, sociales y ecológicas, seguridad y paz, salvo las habilidades cognitivas que han mejorado moderadamente. 

Como resultado, la autonomía estudiantil, los valores, y las relaciones han disminuido y han desconectado la educación de su propósito central: el florecimiento humano. Es decir, si bien muchos tienen mejores condiciones de vida gracias a la educación, no necesariamente tienen una vida mejor.

El enfoque actual en el capital humano (habilidades de alfabetización y aritmética) no es óptimo para el florecimiento humano. Las políticas y prácticas educativas que se centran en el rendimiento académico en lugar de equilibrarlo con las competencias sociales y emocionales han provocado su declive. 

La mayoría de los sistemas educativos contemporáneos se enfocan en desarrollar cualidades y capacidades en los estudiantes para su futura vida profesional, personal y cívica. Sin embargo, se pone más énfasis en lo primero, descuidando los dos aspectos restantes. La meritocracia ha fracasado, creando una nueva forma de exclusión educativa, social y económica disfrazada de credencialismo y exacerbando los resultados de florecimiento inequitativos.

El aprendizaje es inherentemente social, emocional, relacional y afectivo. Como parte de la educación formal, las intervenciones que se realicen en aprendizaje social y emocional integrados se relacionarán positivamente, por ejemplo, con la asistencia, el comportamiento y el desempeño académico, y con el promedio de calificaciones todas las etapas educativas. 

De ahí la necesidad de un impulso continúo en estas intervenciones a lo largo y más allá de los años escolares para asegurar los impactos positivos del mismo. Refinar y evaluar las habilidades de aprendizaje social y emocional de los estudiantes apoya no solo sus vidas personales, sino también sus interacciones con los demás y con la naturaleza.

En resumen, los resultados educativos de los estudiantes dependen de múltiples sistemas cognitivos que interactúan entre sí, y que apoyan las habilidades académicas fundamentales directa e indirectamente. Los componentes cognitivos centrales incluyen la función ejecutiva, la memoria y el lenguaje. La alfabetización y la aritmética, junto con las competencias sociales y emocionales, son claves que desbloquean todas las demás oportunidades de aprendizaje a lo largo de todo el proceso educativo.
 

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Ulises Reyes Esparza
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