La evolución de la educación y su impacto en la mejora de las sociedades (Parte 2)

En la primer parte de la entrega editorial, se señaló la importancia de la intervención social y emocional como mecanismo para la adquisición de aprendizajes sistémicos que permitan fortalecer la vida personal y profesional de los estudiantes, además de su relación con la naturaleza; así mismo, se concluyó en  hecho de que los resultados educativos dependen de la interacción de múltiples sistemas cognitivos, así como de sus componentes, permitiendo así acceder a los estudiantes a oportunidades de aprendizaje en distintos trayectos formativos a la largo de su vida. Todo ello con el propósito de alcanzar el florecimiento humano. 

En esta segunda entrega, la reflexión se centra en una de las características predominantes de muchos sistemas educativos actuales -incluyendo el mexicano-, la meritocracia, y su impacto en el florecimiento humano. 

La meritocracia se promociona como un importante ecualizador social en un mercado “neoliberal” orientado por el sistema educativo, sin embargo, para muchos de sus estudiantes ha tenido el efecto contrario, creando una nueva forma de exclusión social y económica bajo el modelo de credencialismo, exacerbando la desigualdad. Este modelo de competencia académica se ha convertido en uno de los ideales educativos y sociales más influyentes. La habilidad y el esfuerzo deben decidir las oportunidades de vida de cada persona, no factores “extraños o externos” como el origen social, el género, la etnia o la orientación sexual, sin embargo, esta narrativa no ha cumplido su promesa, más bien, afianza una nueva forma de desigualdad, la “meritocracia hereditaria”, en la que las condiciones sociales, económicas y ambientales al comienzo de la vida de un individuo influyen significativamente en los resultados académicos a lo largo de su vida, bajo los indicadores medidos por la propia meritocracia. 

Los hijos de padres de nivel económico más alto de la sociedad tienen una ventaja inicial sobre los hijos de padres “económicamente” pobres, por lo que de ninguna manera la habilidad y el esfuerzo requeridos para el “éxito académico y profesional” serán los mismos. Estás tendencias se agravan a medida que se avanza en la “privatización” de los sistemas educativos. 

El logro educativo de los niños de entornos socioeconómicos más bajos es relativamente bajo en todas las etapas educativas, una tendencia que existe a nivel mundial. Estos resultados educativos se expresan en términos de “déficit” individual -por ejemplo, habilidades lingüísticas deficientes-. Son factores relacionados con esa desigualdad académica, los propios mecanismos estructurales que forman parte de la cultura escolar dominante, como el idioma de enseñanza, el currículo escolar, los patrones de interacción interpersonal, entre otros los que ponen en desventaja a los niños: entre quienes tienen o no condiciones socioeconómicas favorables al inicio y durante su vida escolar, y entre quienes tienen asistencia educativa pública o privada. 

Está claro que -entre muchas- una de las medidas que podrían contrarrestar los efectos negativos de la meritocracia, será el establecimiento de políticas públicas tendientes a procurar la igualdad de oportunidades de acceso a las mejores condiciones para el estudio, como los propios materiales, la alimentación, el transporte, entre otros, pudieran ejercer un factor “igualador”. 

Otro de los factores asociados al florecimiento humano, son los mecanismos de “discriminación, selección, tamizaje” o cualquier categorización de conceptos asociados a la evidencia de resultados académicos y profesionales del individuo, y sus impactos. 

La gran mayoría de las evaluaciones actuales de los alumnos que se centran en exámenes estandarizados, con plazos determinados, y sumativos que no son ejercicios óptimos para aprender y prosperar. Los estudiosos de diversas ramas de la educación, señalan que este tipo de mecanismos para evaluar el aprendizaje son defectuosos porque, en primer lugar, no logran evaluar realmente el progreso del aprendizaje, afianzan los aspectos negativos de la meritocracia, disminuyen el rendimiento físico y mental de los estudiantes, y estratifican a los estudiantes en “buenos” y “malos”. 

La evaluación del alumno es necesaria y clave para la actividad de aprendizaje en sí misma. Sin embargo, las prácticas y técnicas de evaluación no son herramientas neutrales e independientes del contexto para maximizar la “eficacia” o la “eficiencia”, como se supone en muchas ocasiones. Es decir, la evaluación debe ser inherente y formar parte en todo momento del proceso enseñanza-aprendizaje dentro del acto educativo, por lo tanto, se puede decir que se evalúa mientras se aprende, y se aprende en tanto se evalúa. 

La mayoría de los sistemas educativos contemporáneos se enfocan en identificar y evaluar habilidades relacionadas con la lectura, las matemáticas y las ciencias. La “evaluación sumativa” -evaluación de los resultados de aprendizaje absolutos- es el enfoque más común. Su función básica es clasificar y puntuar a los alumnos, legitimando así la meritocracia en la selección de personas para estudios posteriores u oportunidades de empleo. 

La evaluación sumativa utiliza -principalmente- pruebas estandarizadas, lo que lleva a comparaciones competitivas. Estas evaluaciones pasan por alto las diferencias de acceso de los niños a los recursos educativos, incluida la calidad de la enseñanza, el acceso a las instalaciones, materiales, alimentación, y las desigualdades como el género, la religión, la raza y los elementos lingüísticos. Por lo tanto, la “brecha de aprendizaje” se profundiza aún más. 

No aprobar exámenes y una presión fuerte por parte de los padres y maestros por un alto rendimiento desencadena en los estudiantes un estrés generalizado, sensación de incapacidad o “inutilidad”, o lo que conocemos en el argot educativo, “Efecto Pigmaleón”: si mi maestro, o mi papá, o el examen, me dicen que no sé, o no puedo, entonces, pues debe ser porque efectivamente no sé o no puedo”. Es decir, el establecimiento de creencias o autopercepción negativa sobre el desempeño y la posibilidad de mejorarlo. 

La evaluación excesivamente competitiva (sumativa) afecta negativamente la salud física y psicológica de los niños, la economía del hogar (los padres compiten en la carrera por las credenciales), la desigualdad socioeconómica e incluso las decisiones sobre la fertilidad. Sin embargo, hay poca evidencia de una correlación entre el desempeño en las pruebas estandarizadas y el aprendizaje real, o mejor aún, significativo. 

 La “evaluación formativa” se ha venido impulsado recientemente para fomentar el aprendizaje. La evaluación formativa, busca que los maestros evalúen exactamente esto: qué tan bien se está desempeñando el estudiante en el camino para alcanzar la meta prevista. Enfatiza en ¿cómo la evaluación puede contribuir a los esfuerzos de los maestros y estudiantes para buscar, reflexionar y responder a la demostración para mejorar el aprendizaje continuo? 

La evaluación formativa es entonces adaptativa, puesto que debe identificar tanto las diferencias en los procesos de aprendizaje de los estudiantes como las instrucciones necesarias para cerrar cualquier brecha en dichos procesos. 

La reflexión sobre estos dos elementos asociados al proceso educativo, la meritocracia, y la evaluación de los aprendizajes, son fundamentales para entender su correlación con los resultados académicos, profesionales y personales, e influyen directamente en la búsqueda del florecimiento humano, como fin ultimo del acto formativo de la sociedad. 

 

De colofón, van algunos fraseos que me han hecho sentido en la clase de neurociencia educativa: 

- No aprendemos con el cerebro, aprendemos con todo el cuerpo. 

- El aprendizaje sucede en armonía. 

- El aprendizaje es un hecho individual y orgánico, la enseñanza es colectiva. 

- No se aprende lo que no se necesita.

Fuente para el análisis: Duraiappah, A.K*., Van Atteveldt, N.M*., Buil, J.M., Singh, K. y Wu, R. (2022) Reinventando la educación: La Evaluación Internacional de la Educación Basada en la Ciencia y la Evidencia. Nueva Delhi: UNESCO IMGEP. *

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Ulises Reyes Esparza
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