La nueva catástrofe educativa
Hay algo de viejo y estéril en la muy merecida nueva discusión acerca de los libros de texto, que como lo han señalado cientos de especialistas, no tienen ni pies ni cabeza. Digo vieja porque por lo menos, desde que Plutarco Elías Calles pidió apoderarse en 1934 de las conciencias de la niñez para arrancarlas del osito de las garras de la clerecía y los conservadores, muchos gobiernos han pretendido usar la educación pública para aliviar sus confusiones en esa zona tan extraña, que es el alma de los niños y para adentrarse según ellos, en la inmortalidad.
Por lo tanto, en poco más de seis décadas que México lleva de contar con libros de texto gratuitos, no ha habido una sola ocasión en que su motivación, conceptos, redacción y producción haya estado libre de polémica. Ahora, la discusión ha sido muy distinta, por el contexto educativo, informativo, tecnológico y del conocimiento es otro. Para los fines de la educación habría que plantearse la cuestión desde otro ángulo, ¿los libros de texto gratuito siguen siendo un vehículo relevante de adquisición y transmisión de información, aprendizaje y conocimiento como supuestamente lo fue en otras décadas? Pongamos las cosas en perspectiva, el mundo del siglo XXI es muy distinto al de los años fundacionales de este insumo escolar y en varios aspectos, el primero desde luego es la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación. La mayoría de los niños que ingresan este año la primaria ya son nativos digitales, podrán encontrar en el buscador de Google, por ejemplo, 108 millones de resultados a la entrada Miguel Hidalgo o 73 millones a la de Benito Juárez y van a contrastar numerosas versiones, visiones e interpretaciones acerca de estos personajes históricos que pueden o no coincidir con lo que traen los libros de texto. En cambio, el libro de texto de historia, el actual de cuarto de primaria, trae solamente tres páginas sobre el papel de Hidalgo en la independencia, nada que ver una cosa con la otra.
Otro cambio: la revolución del conocimiento. A principios del siglo pasado, la producción del conocimiento se duplicaba cada 100 años, hoy lo hace cada dos o tres años y los contenidos digitales en 100 días o menos, y veamos las abismales diferencias entre la escuela de hoy y el entorno informativo y tecnológico con el que convive.
La UNESCO ha calculado que la televisión presenta unas 3.6 mil imágenes por minuto y por canal, cada emisora de radio emite unas 144-150 mil palabras diariamente, un periódico puede contener entre 100 mil o 120 mil palabras y cientos de imágenes y todo ello sin incluir los medios digitales, las redes y las distintas plataformas tecnológicas, cuya cuantificación es ya incalculable. En cambio, la escuela es todavía una empresa de muy baja tecnología, su modernidad llega hasta la palabra del profesor que emite alrededor de 160-180 palabras por minuto durante seis o siete horas al día y hasta el gis, el pizarrón, los textos impresos y recientemente la computadora.
Por último, más allá de que los libros de texto gratuitos hayan sido un recurso que favorece una relativa equidad, más allá de todo eso que forma parte de la retórica oficial, preguntémonos si en realidad han servido para mejorar los logros de aprendizaje de los niños y más aún la calidad educativa. La respuesta puntual es que no y los malos resultados en logros de aprendizaje lo confirman una y otra vez.
Entonces lo que está cambiando, y tal vez para siempre, es el mecanismo con que concebimos y entendemos la educación y en consecuencia las variables, recursos e instrumentos que le integran. ¿Dónde quedan o qué papel están llamados a desempeñar los libros de texto gratuitos? Nadie lo sabe, pero al menos contra el propósito que les dio origen en los años 60, será otro muy distinto. Si lo que todo país quiere es que mejoren los logros de aprendizaje la calidad de la educación y las trayectorias profesionales y vitales de los estudiantes, ello dependerá de diversos componentes en todos los cuales ha fallado el actual gobierno federal, las habilidades y competencias de los maestros y de los alumnos la efectividad del modelo educativo, los planes y programas de estudio, la excelencia de currículum, la dedicación de los padres de familia, el liderazgo escolar, las instituciones formadoras de docentes, la infraestructura y los recursos tecnológicos y didácticos al alcance del alumno, entre ellos, los libros de texto que no son una variable independiente sino que están encapsulados dentro de ese amplio ecosistema educativo, el cual debe ser abordado e integralmente para que les dé a los niños una educación de calidad y una educación de excelencia, pues todo eso es lo que no está ocurriendo.
Termino con dos asuntos tan graves como los libros de texto que han pasado más o menos inadvertidos. Uno es que los cuatro años que lleva esta administración se han basificado a más de 650 mil presuntos docentes, lo que quiere decir que sin ningún filtro de calidad ni un verdadero concurso de oposición transparente y por mérito, les dieron nombramiento de maestros a personas que muy probablemente no tienen el perfil para ello.
El segundo es que, según cifras oficiales, hay cientos y poco más de 155 mil docentes que no cuentan con un título profesional de licenciatura que los habilite para dar clases en la educación básica.
Entre libros que no reúnen las condiciones mínimas de calidad, maestros que se sacaron de la manga para darles nombramientos y maestros que ejercen sin título, esto pinta para ser una verdadera catástrofe educativa.
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