La pretemporada, la Liga, el US Open, la luna y las estrellas
Cada quien sus cuentas o, como dice la canción, cada quien su vida… cada quien su cruz.
Entretenido como estoy cerrando un cuatrimestre con mis alumnos, entre ensayos sobre las teorías de modificabilidad de las estructuras cognitivas y otros enredos, no reparé en que se me fue, como se dice, el santo al cielo; al cielo miro cuando salgo para dar un breve paseo por mis rumbos, y veo que a eso de las cuatro, la luna desaparece detrás de unos huizachales que veo en lontananza, es decir, en cristiano, allá donde nomás se ven terregales, salpicados de algunos modernos guetos en construcción.
Es una uña cóncava que va desapareciendo, menguando, lo que por lo pronto nos da la tranquilidad de que los lunáticos están en paz –que es un decir, los lunáticos andan en campaña permanente.
Vuelvo a mi computador a seguir con la revisión. A eso de las seis, pensando y repensando qué poner en estas líneas, vuelvo a salir a dar otro paseo, fumar un cigarrillo (actividad poco recomendable de apestados sociales). Como la casa está en silencio desde que me puse a mis tareas, a eso de la una de la tarde, reparo en que mi ánimo me exige un poco de agua, un expreso renegrido y reconcentrado y algo de mundanal ruido. Enciendo el televisor y veo, con cierta desazón, que está iniciando un juego de lunes por la noche de la pretemporada del futbol (así sin tilde, siempre) americano.
Antes de decidirme a sentarme a hilar frases más o menos afortunadas, o no, veo que están anunciando el inicio del torneo US Open de tenis y, además, el inicio, para este sábado, de La Vuelta ciclista de España. Me vengo a escribir por fin, que es para hoy, y cierro la ventanilla porque un viento fresco, casi frío, se me cuela como un fantasma de la avanzadilla otoñal, que viene con sigilo (el famoso Mayor Sigilo del chiste), ominosa y luego de un verano de noches prematuras.
En el inter he pensado en hablar cómo la gente, desde los tiempos inmemoriales de las edades antiguas, han de medir sus vidas en ciclos, en soles y lunas, en calendarios que van, como canta Serrat, de San Esteban a Navidades, en años solares, en ciclos que alargan o acortan los días, marcan santorales, panteones, feriados cívicos y lo que usted quiera y guste.
Veo, por ejemplo, que hay una subespecie mexicana, la de los muy vivos, que miden sus ciclos vitales con calendarios electorales, que inician siempre un día después de las citas electorales, en pre de la pre de la pre, la pre de la pre, la precampaña, la campaña en sí, la campaña permanente (ahí quien ha perseverado en estos afanes hasta casi dos décadas) y así, como los antiguos aztecas, mirando al cielo para ver si no se acaba el mundo el día después de las votaciones en las que perdieron o no los dejaron participar.
Yo, como tengo otros apuros, casi todos climáticos, mido los años en ciclos que van desde el Open de Australia al US Open, pasando por la temporada de Grandes Ligas –de marzo a noviembre–, la Liga –de agosto a mayo– y siempre con la vista puesta en las rudezas y costalazos de los fortachones de la NFL, que ya comenzaron a jugar, o en las tres grandes citas del ciclismo mundial, que también me gusta, y que van del Giro italiano -básicamente mayo–, la Tour de France –julio– y la próxima Vuelta, que comienza el sábado, no sé por qué diablos en Turín y termina a mediados de septiembre, en Madrid.
Sobre la NFL, he de decir que representa un ciclo que me da un regusto agridulce: me gusta, pero me anuncia los días que van acortándose, las mañanas frías, las festividades navideñas que no me gustan, en un calendario de 4 meses que van de septiembre a enero, más la fase final, que concluye con el Súper Tazón que, entiendo se celebra el 8 de febrero y que será, siempre según yo, el día que termina el invierno en estas latitudes y que se me pasa el muermo que me viene, año con año, por ahí de principios de diciembre.
Me voy y, muy a mi pesar, no a ver el juego, que me quedan ensayos por leer y revisar, así que no queda sino agradecer sus finas atenciones. Abur.
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