La primera mujer en la presidencia
Desde la mitad del siglo pasado -es decir, apenas poco más de 70 años- en nuestro país las mujeres lograron que se les reconociera el derecho de votar para elegir encargos públicos, y de ser votadas para puestos de elección popular. En prácticamente 7 décadas, sólo ocho mujeres encabezaron una candidatura para contender por la presidencia de la república. De la presencia de esas mujeres en las elecciones se puede aprender mucho sobre el contexto político y el desarrollo de la dimensión pública de nuestro país.
La primera persona mujer en contender por la presidencia fue, en 1982, Rosario Ibarra de Piedra. Ella es, quizá, el símbolo más importante y precursor del doloroso fenómeno de las Madres Buscadoras. Rosario Ibarra sufrió la desaparición de su hijo Jesús Piedra, quien militó en la Liga Comunista 23 de septiembre, y fue desaparecido por el Estado en 1975. Así, Rosario contendió por la presidencia en dos ocasiones, en 1982 y en 1988, ambas por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), perdiendo respectivamente contra Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.
Luego, en la siguiente elección presidencial de 1994, dos mujeres fueron candidatas; cada una perteneciente a un contexto distinto: por un lado, Cecilia Soto, del Partido del Trabajo (PT), tuvo una candidatura impulsada desde el poder con la finalidad de fragmentar y dividir el impulso de la izquierda mexicana, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, entonces líder del Partido de la Revolución Democrática.
Por otro lado, en la misma elección del 94, se presentó la candidatura de la izquierdista histórica Marcela Lombardo Otero, por el Partido Popular Socialista (PPS), fuerza política fundada por su padre, el sindicalista de izquierda Vicente Lombardo Toledano. En esa elección, Marcela quedó en octavo lugar y el partido perdió el registro. En esa elección ganó el priísta Ernesto Zedillo, luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Ya luego, en la elección de 2006, el Partido Alternativa Socialdemócrata postuló a un referente femenino de la izquierda contemporánea y progresista: Patricia Mercado. En su campaña impulsó temas que ahora siguen en el centro del debate público, tales como la vida libre de violencia para las mujeres, la equidad de género, la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario, la inclusión plena de la comunidad LGBTQ, entre otras. Finalmente, perdió ante Felipe Calderón.
Para la siguiente elección en 2012, el Partido Acción Nacional postuló a Josefina Vázquez Mota, quien quedó en tercer lugar, perdiendo ante Enrique Peña Nieto. Luego, en 2018, se postuló Margarita Zavala como candidata independiente, y fue derrotada por Andrés Manuel López Obrador. Y, finalmente, en la elección de este 2024, contendieron Xóchitl Gálvez representando a la coalición Fuerza y Corazón por México (conformada por PAN, PRD, y PRI), y Claudia Sheinbaum, por el partido MORENA. Ésta última ganó la elección posicionando por primera vez a una mujer en la presidencia de la república.
Así, luego de más de 70 años de haber conquistado el derecho para ser elegidas, finalmente una mujer accede a la titularidad del Poder Ejecutivo Federal. Es, evidentemente, un hito histórico en nuestro país, y ayuda a romper los techos de cristal para inspirar a las mujeres a tomar su lugar que les corresponde en el ejercicio del poder público.
Sin embargo, este hecho por sí solo no implica necesariamente que el reacomodo de género en el ejercicio del poder se traduzca en políticas y acciones reales para abolir las brechas de género. Es decir, no basta que una mujer llegue al poder, se necesita que esa mujer entienda y practique la lucha por la equidad, para que no replique los modelos patriarcales que han persistido en nuestra historia política.
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