La serie interminable.
Primero una confesión, un riesgo de sonar raro: no veo series.
Más allá de ello, tampoco tengo en casa suscripción a ninguna plataforma de streaming, ni, mucho menos, uno de esos aparatitos –que entiendo que deben ser una manera de latrocinio de señales de pago, aunque parece que soy medio tonto por no tener una– que, según entiendo, tienen todas las señales habidas y por haber por un puñado de pesos; sí tengo un servicio de televisión de paga –y ahí soy la otra mitad tonto: me parece un atraco lo que me cobran– para ver básicamente beisbol y futbol (sin tilde, por el amor de las castálidas), y alguna cosa más.
Será que para eso de ver series, en el entendido de que los hay que se sientan y se queman las pestañas realizando maratones, en que ven cinco, seis, diez capítulos seguidos –y yo soy el que no tengo trabajo–, me gustaba mucho ese uso ya antiguo de ver un episodio, quedarse con la duda del qué pasará mañana, o la semana entrante, que era una forma de la vieja y desaparecida paciencia.
Por lo demás, descubrí, cuando eso de las plataformas ‘a la carta’ comenzó a popularizarse, que ver series me quitaba tiempo para la lectura: cada cual sus manías, sus hábitos y sus vicios.
Por eso no puedo censurar a los consumidores compulsivos de series (unas, entiendo, muy buenas y muy bien realizadas; otras, una bazofia: cada quien sus gustos, también), pues yo, cuando puedo, me pongo a los libros, lo que tampoco es que sea muy recomendable (yo soy ejemplo de ello), según consta desde que se escribió la historia del Quijote –que quedó loco por empacho de libros de caballerías.
El asunto, hablando otra vez de la paciencia, que hace cosa de diez meses, como regalo adelantado de mi cumpleaños, el zarévich me hizo llegar, por muy apreciable conducto, un regalo adelantado de cumpleaños: los dos volúmenes de la selección de entrevistas de la celebérrima revista ‘The Paris Review’, que acababa ver anunciada por Acantilado, y que seguramente sería imposible de conseguir en una librería de por estas tierras.
Una reseña dice que se trata de ‘La Biblia’ de las entrevistas literarias. No lo podría asegurar, pero se trata de 100 de las entrevistas, la mar de amenas e interesantes, que la mítica revista neoyorkina ha realizado en seis de sus siete décadas haciendo de este género una obra maestra.
Decidí tomármelo con calma y llevar una bitácora de anotaciones, para no rayonear los dos volúmenes (2 mil 800 y pico de páginas, con entrevistas de lo mejor de las letras universales). De cada entrevista hago una pequeña ficha: autor, nacionalidad, fecha de nacimiento y fecha de deceso (apenas quedan entrevistados vivos: los más recientes: la recopilación para en el 2012), algunos datos relevantes, obras significativas, referencias literarias, algunas citas, algunas asociaciones, influencias reconocidas, chismes literarios, afinidades, odios…
La pregunta más pertinente, de la boca de Nabokov, mutatis mutandis: “siempre me he preguntado de quién es el mundo”.
Foster, Graham Greene, Ralph Ellison, Simenon, el humorista James Turnes (del que no sabía nada), Faulkner, Dorothy Parker (cuya gracia me era ignota), Finesen, Capote, el inmenso (e insoportable) Hemingway, el Eliot de los ‘Cuatro cuartetos’, Durrell, Huxley, Pasternak, el luminoso Frost, el agrio Ehrenburg, el derrotado Pound…
Céline, demasiado humano y entrañable, Cocteau; mis judíos preferidos, Bellow por delante; Borges, como una humilde inmensidad…; Updike, Dos Passos, un inesperado Steinbeck, el ‘aulico’ Auden (Borges dixit)...; diez meses largos me han llevado a la entrevista de Ted Hughes (y a la tragedia de Sylvia Plath), sobre mil 800 páginas, que ya me anuncian lo más dos o tres meses de esta delicia.
Entenderán que no estoy en disposición de perder una tarde de domingo viendo la historia de un narco en Netflix.
Supongo que lo terminaré, revisaré mis notas, y volveré a empezar.
Perdón por la digresión (y eso que no he dicho ni pío ni de Fose, ni de mi nuevo descubrimiento, el búlgaro Gueorgui Gospodínov), pero iba a escribir de… Mejor ni les cuento de qué, porque, entre otras cosas, ya es hora de decir: Abur.
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