Las otras revoluciones

La sociedad mexicana es profundamente contradictoria, celebramos la Revolución, pero no vemos otras revoluciones. Hay un libro de José Manuel Valenzuela Arce, titulado Impecable y diamantina: la deconstrucción del discurso nacional, donde aborda algunas contradicciones. Como el título indica, el autor da cuenta de cómo se construyó el discurso nacional en México y cómo se fue transformando en el siglo XX. Así, evidencia las tensiones que hay en una nación que exalta las raíces indígenas, pero, en la práctica, se comporta como si no existieran y les sigue borrando. Se piensa en la Independencia como referente fundacional, pero se produjo, desde entonces, cierto desdén por lo indígena. Después, la Revolución expulsó del poder a los terratenientes y encumbró a la burguesía, de modo que los pobres y los indígenas —que en muchísimos casos son los mismos— continuaron siendo relegados del proyecto nacional. Además de los indígenas, las mujeres han sido otra presencia ausente en el proyecto nacional, ya que “el discurso patriótico se conformó desde el campo de la masculinidad”. Así, los derechos, como el voto, fueron negados para las mujeres durante el siglo XIX y parte del XX.

Esta larga introducción viene a cuento porque es paradójico que en estos días celebremos la Revolución, pero se condena a quienes hacen nuevas revoluciones. Las revoluciones de nuestros tiempos no son armadas y en muchos de los casos ni siquiera implican tomar el poder. Las revoluciones a las que me refiero las hacen todos los días las y los activistas.

La imagen más común del activismo es la de gente que protesta, pero eso es sólo la punta del iceberg, la parte visible. El activismo no surge de la nada, sino que nace frente a las injusticias. Se es activista cuando se sufre una injusticia o cuando se atestigua una injusticia, que marca tanto como para decidir solidarizarse con una causa.

Los movimientos sociales, de acuerdo con el sociólogo francés Alain Touraine, se orientan a la historicidad. En otras palabras, no van por lo inmediato, sino por el cambio social duradero. Así, los grandes movimientos globales, como el ambientalista y de defensa del territorio, el feminista, el de los derechos humanos, el de la diversidad sexual, no nacieron ayer y no son modas, sino luchas de muchos años para buscar un mundo más justo.

En nuestros tiempos, estos esfuerzos en la búsqueda del cambio social no son valorados fuera de los círculos activistas, sino que son estigmatizados, violentados o invisibilizados. Lo vemos todo el tiempo, pero de manera más grave cuando hay manifestaciones o acontecimientos. Cuando hay marchas feministas hay más preocupación por las pintas que por el hecho de que 10 mujeres sean asesinadas diariamente. En días pasados había más gente indignada por el uso de la E en magistrade que por el asesinato de Ociel Baena, la primera persona no binaria que ocupó una magistratura en el Tribunal Electoral del Estado de Aguascalientes y en Latinoamérica. La sociedad en su conjunto todavía no logra ver que luchar por los derechos es también una revolución, pero que no se juega en las armas, sino en las leyes y en la vida cotidiana.

Estamos a menos de una semana de que comiencen los 16 días de activismo, una campaña internacional, iniciada en 1991 por el Centro para el Liderazgo Global de las Mujeres y apoyada desde 2008 por la Organización de las Naciones Unidas. Estos 16 días comienzan el 25 de noviembre, el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer, y culminan el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos.

La idea de 16 días de activismo puede ser discutible porque, como dije antes, las y los activistas hacen activismo todos los días, pero esos 16 días pueden contribuir a que el resto del mundo logre sensibilizarse ante las problemáticas.

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