Los adornos navideños
Yo, sobra decirlo pero de algo tengo que hablar, no pongo ninguna decoración navideña en casa, que contrasta así, vista desde fuera, con la parafernalia barroca de mis vecinos y con los de casi toda la ciudad.
Quedan por allí, en cajas que deben ser condominio de arácnidos y otros bichos, ocupando espacios en una pequeña bodega y la alacena, vestigios de otros tiempos: supongo que figurillas navideñas, esferas, series de luces y no sé cuántos tiliches más. El año pasado, como una concesión extraordinaria a mi hijo visitante, que estuvo aquí por navidades por primera vez en cinco años, colgué de la puerta principal una corona navideña (con lo que a mí me gustan las coronas: las reales, las funerarias, las de lúpulo y cebada…). Para evitar caer en esas tentaciones me deshice de ella en cuanto el hijo pródigo marchó de vuelta a su casa.
No pongo ninguna decoración navideña, como no pongo ninguna para el Ramadán, ni para el Festival de Ribdán de los bahá'ís, ni el Diwali hindú, ni para la fiesta de la Madre Coatlicue, como no pongo banderitas tricolores en septiembre, ni tengo camisetas de la Selección Nacional, ni de ningún equipo deportivo, me agrade o no. Por mi breve tránsito por el judaísmo, por estas fechas sacaba la janukiya (la lámpara de la Janucá), que era el único adorno que tenía, junto con un par de kipás. Me tocaba, prendía una vela y en eso quedaba el ritual. Nunca tuve siquiera una Menorá, ni una Estrella de David.
Yo respeto mucho, debo decirlo, a los creyentes, pero mucho más a los piadosos; que cada quien celebre lo que se le venga en gana y como mejor les plazca, y que adornen sus casas como se les antoje.
Desde hace unos días, las noches de radio, me llevan por un camino que pasa junto al mercadillo que se instala siempre en estas fechas en el Jardín Carpio y al que nunca he ido: ni al mercadillo, ni al jardín. Ahora hay unos puestos con un fondo de madera que impide ver al interior, pero imagino que allí se venden el musgo, el helecho, los pesebres, los peregrinos, los reyes o magos, o lo que fueran, arbolillos artificiales y naturales, asnos, Niños Dios, los infaltables Santa, renos, series de luces que causarán más de un incendio y a saber qué más.
Seguramente, siguiendo esa perniciosa costumbre nuestra, no faltarán allí los puestos de garnacha, de piratería, un puesto con camisas devaluadas (y más falsas que las promesas de un político) del América y las Chivas y todos los etcéteras.
No lo sé, ni lo pienso averiguar.
Pero a pesar de todo, sí que este año habrá un motivo navideño en casa. Uno solo pero que vale para toda la vivienda, pues se trata de un adorno que diríamos es móvil y hasta portátil.
Se trata del Laszlo que, contra todo pronóstico, y a pesar de mis arranques de impaciencia y desesperación, cumple aquí ya dos meses conmigo; como dicen que todo se parece a su dueño es un can con personalidades alternativas: a veces locuaz y otras veces más bien huraño. Una persona de cuyo nombre no voy a acordarme, dijo que se parece a mí en lo pesado; lo dijo con otras palabras: mamerto es la palabra más aproximada que mi refinada educación me permite usar en estas líneas.
Pues resulta que le regalaron una pequeña capa abrigo de Santa, o eso juran los que la confeccionaron, quienes la vendieron, quien la compró y quienes la han visto. No voy a ponerme a discutir con gente que sufre el síndrome del cuento ese del traje invisible del emperador.
Como se viene el frío y a él le protege y no le desagrada, la usará los días que el clima así lo amerite y se convertirá en ese adorno navideño de andar por casa, ya cuando jugamos un rato en el jardín, lo paseo por el vecindario o se acomoda a mis pies en algunos ratos en que le invito a que me acompañe a trabajar, cuando me tengo que quedar por horas frente a este computador.
Ya en ese ánimo hasta lo voy a convidar a mi cena en solitario del 24. Ya veré yo de qué me proveo para cenar (para beber tengo una buena botella de Pintia reservada) y qué comida medianamente apetitosa –en la medida que la comida de perro pueda serlo– le consigo a él. Aclaro, para evitar alarmas entre los asociados de la Protectora de Animales, él tomará estrictamente agua; aclaro también que como menor de edad que es, irá a su casa perruna a una hora debidamente apropiada.
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