Los malcriados al mando: el poder en manos de adolescentes

Hay una inquietante familiaridad entre los tronos de las grandes civilizaciones y las sillas vacías de un aula abandonada. El eco de los berrinches, los caprichos sin límites y las palabras lanzadas como flechas atraviesa la historia como un hilo inquebrantable. Hoy, en pleno siglo XXI, aún nos gobiernan los malcriados, los adolescentes atrapados en cuerpos adultos que toman decisiones como quien lanza una piedra al agua, sin pensar en las ondulaciones que estas generan.

Los malcriados del mando no son una rareza; son una constante. En su reino, el “yo quiero” es ley, y el desdén hacia el “nosotros” un estandarte. Ahí está Donald Trump, quien decidió imponer aranceles y designar terroristas a los cárteles mexicanos no porque creyera en la diplomacia, sino porque el juego de poderes le ofrecía un escenario. Sus acciones, como un niño que niega compartir un juguete, no solo sacudieron economías; también destruyeron relaciones que tardarán décadas en repararse. 

En México, Andrés Manuel López Obrador canceló un aeropuerto ya avanzado no solo por una consulta cuestionable, sino para reafirmar un dominio simbólico sobre lo que él llamó la corrupción de gobiernos anteriores. No vio en esa infraestructura un puente para el futuro, sino una torre a derribar, como si fuera un castillo de arena construido por un rival. 

Lo mismo ocurre a nivel estatal y municipal. Boris Johnson, quien como alcalde de Londres no pudo resistirse a dejar su “legado” en forma de un teleférico que nadie pedía, pero que todos pagaron. Claudia Rivera, en Puebla, asignó obras públicas sin transparencia, privilegiando una administración opaca sobre el desarrollo real de la ciudad. 

Los malcriados al mando actúan como si el poder fuese su patio de juegos. Para ellos, las crisis no son tragedias, sino oportunidades para imponer sus deseos. Los expertos son irrelevantes; los datos, una distracción. Lo que importa es su voz resonando más fuerte que cualquier consejo sensato. 

La política internacional ha sido testigo de cómo esta actitud ha permeado en otros líderes. Jair Bolsonaro, en Brasil, desestimó la gravedad de la pandemia, promoviendo teorías conspirativas y minimizando la crisis sanitaria con desdén. Su gestión dejó miles de muertes evitables y un sistema de salud colapsado, resultado de un liderazgo basado en impulsos en lugar de en estrategias. 

Por otro lado, la política de aranceles de Trump no solo golpeó economías extranjeras, sino que impactó negativamente a sectores clave dentro de su propio país, encareciendo bienes de consumo y afectando la competitividad de empresas estadounidenses en mercados internacionales. El castigo económico como herramienta de presión se convirtió en una táctica común, usada sin considerar sus efectos colaterales. 

¿Por qué permitimos que esta adolescencia perpetua se alce al poder? Quizá porque confunden su terquedad con determinación, su arrogancia con liderazgo. Nos dejamos seducir por el espejismo de la autoridad absoluta, por la seguridad con la que dictan reglas que, en el fondo, solo buscan satisfacer su ego.

Pero los malcriados dejan cicatrices. Los aranceles de Trump, la pandemia mal gestionada por Bolsonaro, las obras públicas sin sustento de Claudia Rivera son más que errores políticos; son recordatorios de que el poder, en manos inmaduras, puede convertirse en una catástrofe. Las decisiones impulsivas de estos líderes han alterado no solo el curso de sus países, sino que han repercutido en la estabilidad global. 

Si el liderazgo sigue en manos de quienes actúan como niños malcriados en un juego que no admite errores, los costos los seguirán pagando las sociedades. No se trata de carisma, sino de responsabilidad. Es momento de exigir madurez, preparación y visión a largo plazo en quienes ostentan el poder. Que los malcriados queden en el pasado, y que el futuro sea gobernado por quienes comprenden el peso de sus decisiones, no como adolescentes, sino como adultos conscientes de su lugar en la historia.
 

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

 

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Nadine Cortés
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