México, aislado

Parece mentira que como parte del desastre sexenal también las relaciones de México con el resto del mundo hayan sufrido tanto daño como lo hemos visto con la complicidad descarada del gobierno de López Obrador en el caso de la dictadura  de Nicolás Maduro en Venezuela.

Pero este ejemplo no es el único. México ha sido omiso en condenar la invasión rusa a Ucrania; el ataque de los terroristas de Hamas a Israel, y se ha dedicado más bien a pelearse con  España, Perú, Ecuador; a insultar tiro por viaje a los EEUU, la ONU, la OEA y un largo etcétera, es decir, una actitud demencial para un país como México tan vinculado al exterior.

Aunque las diversas crisis en la región -desde la pobreza, la violencia y la migración hasta el populismo y la autocracia crecientes- no son menores, la discusión de fondo es en realidad acerca del papel que México debe jugar, si alguno, en una coyuntura internacional tan inestable. Veamos.

Las lecciones derivadas de la historia más la consolidación de EEUU como la superpotencia económica, militar y política; la revolución tecnológica; la globalización financiera, y la emergencia de nuevos actores y temas en la agenda internacional, llevaron a México a darle a la diplomacia un acento  económico innovador, y a aceptar que la centralidad de nuestra política exterior la constituye inexorablemente, y así será por largas décadas todavía, la relación con EEUU. 

Las mejores expresiones de ese cambio político y conceptual fueron, sin duda, la profunda integración económica con EEUU a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, que Aguascalientes supo aprovechar muy bien, y de los procesos de apertura y modernización del Estado durante el período liberal. En consecuencia, para efectos de política exterior inteligente y pragmática, es hora también de actualizar la visión.

El México del siglo XXI es ya un país de 130 millones de habitantes, con otros 12 millones viviendo fuera de él y unos 26 millones más de segunda y tercera generación. Recibe unos 63 mil millones de dólares anuales en remesas de los paisanos que trabajan en el norte. Es la décima tercera economía en el mundo. Comercia bienes y servicios, petróleo incluido, por más de 1.1 billones de dólares anuales con el exterior. Comparte la segunda frontera más extensa con el país todavía más poderoso del planeta, del que ya es, aun con el impacto de China, su primer socio comercial, y existen unas 32 mil empresas de capital norteamericano en México.

Por tanto un país con estas características no puede tener una política exterior tradicional cuyas orientaciones sean los devaneos infantiles de otros tiempos. Antes bien, México necesita una política exterior incluso más activa, que lleve a repensar los principios en función de las nuevas realidades políticas y económicas a nivel internacional. Y esto pasa, inevitablemente, por la relación con EEUU. 

Y los datos duros y hechos concretos en materia de seguridad regional, violencia fronteriza, migración, drogas, crimen organizado, medio ambiente, inversión y comercio --que son la estructura vertebral de la relación bilateral-- son inequívocos: México no tiene ni tendrá una relación tan crucial y estratégica como con EEUU. 

El México del siglo XXI debe comprender mejor el mundo real y distinto, moverse con mayor confianza y madurez, asumir responsablemente que puede desempeñar un cierto papel en el escenario hemisférico, y aceptar que parte fundamental de su desarrollo y prosperidad está y estará ligado, ineludiblemente, a la evolución de una arquitectura internacional de la que, aunque quiera evadirla, forma parte.
 

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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Otto Granados
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