Mucho perejil, pocos chilaquiles

En muchas ciudades de México, los barrios están cambiando. Donde había tienditas y fondas, ahora hay cafeterías de especialidad. Donde vivía la señora de toda la vida, ahora hay departamentos de renta corta. La gente de siempre empieza a irse porque ya no alcanza.

A eso se le llama gentrificación: cuando una zona se vuelve tan cara, que expulsa a quienes la han habitado por años.

Pero la gentrificación no ocurre sola.
No es culpa de un café caro o de un brunch con aguacate.

Es una consecuencia.

Y lo que la provoca, en gran parte, es un vacío legal: México no ha regulado una nueva forma de vivir en el país.

Hoy, muchas personas deciden mudarse a México para trabajar desde aquí, aunque su empleo esté en otro país. Son personas que ganan en dólares, euros o libras. Y como aquí la vida es más barata, su ingreso rinde mucho más.

Además, México no les exige visa para entrar si vienen de países como Estados Unidos, Canadá o buena parte de Europa.
Pueden estar hasta 180 días como visitantes, salir del país unos días y volver a entrar. Así pueden vivir aquí por meses o incluso años. Y lo hacen legalmente. La ley lo permite.

Pero aquí está el detalle: La ley no fue diseñada para esto. Porque entrar como visitante significa venir como turista, no como residente. Y mucho menos como trabajador.

La figura legal que hoy usan estas personas no exige registro, no exige tributo, ni impone reglas de estancia más allá del límite de días. No existe en México una visa específica para quienes trabajan a distancia mientras viven aquí. Y esa ausencia tiene consecuencias reales.

Estas personas no están registradas como residentes. No tributan en el país. No generan empleo local. Pero alquilan vivienda, consumen productos y, sin quererlo, presionan el mercado urbano. Las rentas suben. Los comercios cambian. Las comunidades se rompen.

No es su culpa. Están usando un derecho que les concede la ley. Pero sí es responsabilidad del Estado crear un marco legal que ordene esta forma de migración.

Migrar no está mal. Trabajar a distancia tampoco. Lo que está mal es que no haya reglas que cuiden a quienes reciben, y tampoco a quienes llegan.

El Pacto Global por las Migraciones, firmado por México, habla de migraciones ordenadas, seguras y regulares. Y si alguien entra como turista pero vive y trabaja aquí, no se trata de una migración ordenada. Se trata de un vacío que deja a las ciudades solas ante un fenómeno que no pueden regular.

Los gobiernos locales no hicieron la ley migratoria. Pero hoy son los que enfrentan sus efectos más visibles: barrios transformados, descontento social, comunidades desplazadas. Y encima, se les responsabiliza por no poder detenerlo.

México necesita una visa para nómadas digitales. Una que contemple registro, límites de tiempo, y una contribución proporcional al país que están habitando. No para castigar. Si no para equilibrar.
Porque el derecho a migrar también implica responsabilidad. Y el derecho a quedarse, también se defiende.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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