Mujeres, participación política y cuidados

Con el propósito de cerrar la brecha de participación entre mujeres y hombres en el poder político, la paridad de género se introdujo en la Constitución hace diez años; desde entonces, se han emitido reglas y criterios jurisprudenciales en busca de mejorar la aplicación de la norma constitucional. 

La representación política de las mujeres ha crecido de manera significativa a partir de un marco jurídico cada vez más sólido y robusto que hoy incluye, además de reservar la mitad de las candidaturas a cargos de elección, presupuesto para el liderazgo femenino, asignación igualitaria de prerrogativas y tiempos en radio y televisión, el reconocimiento de la violencia política contra las mujeres en razón de género, restricciones para que personas agresoras desempeñen candidaturas y cargos, así como la “paridad en todo”, que implica la designación binariaria en espacios de decisión.

Sin embargo, la participación igualitaria en puestos de liderazgo, como toda actividad productiva, es atravesada por un fenómeno difícil de regular desde el ámbito electoral: la desigualdad en el  reparto de labores de cuidado. De las personas a cargo de hijos, familiares mayores o personas con enfermedad, un 75% por ciento son mujeres, según un análisis del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) con datos del INEGI; en promedio, ellas dedican 1.5 veces más tiempo a estas responsabilidades.

La crianza, cuidados asistenciales y labores del hogar conforman un “suelo pegajoso”, como se conoce en la academia a las condiciones de desventaja que se producen en la vida privada y punto de partida de algunas personas y que, inevitablemente, tienen repercusión en el ámbito público, incluyendo el ejercicio de una candidatura o puesto de elección. Dicha carga social explica que, frente a la dificultad de conciliar el trabajo doméstico con el desarrollo profesional, las mujeres tengan menor presencia en el mercado laboral o acepten empleos de bajos ingresos. 

Para garantizar una participación política en verdadera igualdad y no una doble o triple jornada, es necesario buscar la corresponsabilidad entre personas, hogares, sociedad y Estado. 

Pese a tratarse de una actividad no remunerada, la economía de los cuidados constituye el sostén del desarrollo económico de los países; sin embargo, su sobrecarga perpetúa las desigualdades de género, lo que torna apremiante la redistribución del trabajo doméstico para que más mujeres se incorporen a puestos de liderazgo político, público y económico en condiciones justas. Más allá de iniciativas de ley y política pública como las que recientemente se encuentran en discusión, es necesario acabar con las creencias basadas en roles y estereotipos de género sobre la división sexual del trabajo. 

El 8 de marzo nos invita a reflexionar distintos temas relacionados con las mujeres, este mes este comentario se dedicará a ello. 

Gracias por el espacio.

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Hilda Hermosillo Hernández
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