Neoliberalismo en el banquillo: Acusado pero no defendido
El reciente debate entre los candidatos presidenciales fue una muestra de desconcierto económico, un escenario dominado por un trío de candidatos que parecen haber olvidado (o nunca haber entendido) cómo funciona realmente una economía. A medida que las elecciones se acercan, la perspectiva de tener un líder que comprenda las realidades del capitalismo se aleja más y más.
El neoliberalismo, ese imaginario enemigo del presidente en turno, debe ser defendido, si no por nuestros políticos, al menos por nosotros, los ciudadanos. No porque sea perfecto, sino porque es el único sistema que ha demostrado ser capaz de generar crecimiento real en el mundo. A pesar de las críticas, el libre mercado es el campeón no reconocido en la historia de éxito económico de muchos países, incluido México. Sin embargo, durante las campañas, no hay ni un solo candidato que defienda al capitalismo, mucho menos que hable sobre la importancia de la empresa privada, aunque algunos se ostenten, cuando les conviene, como empresarios.
Todos los candidatos son apologistas de una izquierda que solo sabe redistribuir la riqueza que otros crean, sin tener la menor idea de cómo se genera en primer lugar. La falta de cualquier opción pro-capitalista es no solo decepcionante, es alarmante.
Los programas de asistencia financiados por el gobierno que tanto les gusta prometer están sostenidos por décadas de ahorros y ganancias de fideicomisos engordados por nuestros impuestos. Ahora que en este último sexenio les metieron mano hasta acabárselos, encuentran solución para seguir gastando lo que no es de ellos, saqueando las Afores de los ciudadanos. Es un plan tan insostenible como irresponsable.
La actitud de Claudia Sheinbaum en estas campañas es particularmente reveladora. Opta, con la frialdad que la caracteriza, por una estrategia de mentiras descaradas, apostando a que los mexicanos somos ignorantes y que no se le va a cuestionar. Xóchitl Gálvez, por otro lado, falla en hacer la conexión con el pueblo mexicano, intentando hacerlo con una historia basada en el resurgimiento de la pobreza. No basta con estar en el escenario; hay que hablar directamente a las almas y mentes de los ciudadanos.
Este debate mostró un preocupante consenso entre los candidatos: todos parecen creer que la igualdad se logra quitando a unos para dar a otros, en lugar de crear oportunidades para que todos avancen. Se pelean entre sí por el galardón de quién fue el responsable de subir el salario mínimo en México. Afirman, con descaro, que el aumento del salario mínimo es mérito del gobierno, ignorando la realidad de que el salario solo se genera por los trabajadores y solo es posible aumentarlo gracias a las empresas. Estos son los verdaderos héroes de los indicadores económicos que a los políticos tanto les gusta presumir.
En resumen, cuando escuchamos a los candidatos debatir, nos recuerdan que la competencia por la presidencia se ha convertido en una competencia sobre quién puede regalar más del dinero que no les pertenece. Y mientras continúan peleando por prometer más y más, parece que ninguno realmente comprende de dónde proviene ese dinero.
La realidad es implacable y no se puede tapar con promesas vacías ni con retórica populista. Si los candidatos no entienden algo tan básico como la oferta y la demanda, estamos en un camino peligroso.
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