Nuestra memoria en las pantallas: Día Mundial del Patrimonio Audiovisual
La música que escuchamos, las series y películas que vemos, todo el consumo cultural forma parte de lo que somos. Hoy celebramos el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual. Este es uno de los días internacionales de las Naciones Unidas. Desde 1980 se aprobó la Recomendación sobre la Salvaguardia y la Conservación de las Imágenes en Movimiento y en 2005 se proclamó al 27 de octubre como Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, para reconocer la importancia de los archivos audiovisuales y actuar para conservarlos, justamente porque dan cuenta de lo que somos, de la diversidad social y cultural y de los intereses y preocupaciones a lo largo de la historia.
En este sentido, las películas, documentales, noticias, incluso las grabaciones caseras, son buena parte de la memoria de la humanidad. De hecho, el sociólogo estadounidense Howard Becker, en su libro Para hablar de la sociedad: la sociología no basta, planteaba que el arte ofrece una comprensión profunda de la sociedad de una manera más creativa y libre; uno de los casos que situó fue el de la escritora británica Jane Austen, cuyas novelas nos permiten entender la vida cotidiana de la sociedad victoriana en el siglo XIX. Las producciones audiovisuales también nos permiten mapear las representaciones y las preocupaciones de las sociedades a lo largo del tiempo.
Pese a la relevancia, el patrimonio audiovisual siempre está en cierto riesgo. A diferencia de los libros impresos en papel, los archivos audiovisuales se guardan en determinados formatos y soportes, pero requieren algo para leer la información y reproducirla. Así, los viejos discos de acetato fueron saliendo del mercado a medida que avanzaban los CDs y, en algún punto, estos también perdieron terreno frente a las plataformas de streaming como Spotify. ¿Qué pasa si quiero reproducir los viejos acetatos de mi papá y ya no hay tocadiscos? ¿Qué pasa si quiero reproducir mi vieja colección de CDs y tampoco hay en qué reproducirlos? ¿Qué pasa si encuentro en qué reproducirlos, pero descubro que han tenido daños con el tiempo y el lector de CDs ya no los lee? ¿Qué pasa si tenía respaldo en algún disco duro y este se daña o si el formato del archivo se vuelve obsoleto? ¿Qué pasa si, de la noche a la mañana, desaparece toda la música de una banda de las plataformas de streaming por un asunto de derechos? Hay un asunto clave en torno a la obsolescencia tecnológica, pero también el descuido de los archivos y la falta de conciencia sobre su valor.
De hecho, este año, la Conferencia Internacional de la Memoria del Mundo, de la UNESCO, que se celebrará el 28 y 29 de octubre, enfatiza el valor del patrimonio documental para el entendimiento y la cooperación internacional, sobre todo en tiempos de guerras como los que vivimos. Aunque el programa se refiere al potencial del patrimonio para afianzar relaciones, vale la pena reflexionar también sobre los modos en que esos ataques en Gaza, en diferentes puntos de Ucrania y en otros lugares del mundo, dañan también los archivos físicos y digitales que son la memoria de las sociedades.
Ante estos dilemas, la solución sería guardarlo todo, pero eso abre otras problemáticas. ¿Tenemos capacidad para guardarlo todo física o digitalmente? Hay bibliotecas que se depuran, es decir, se deshacen de algunos libros, para hacer espacio a los nuevos, porque no cuentan con capacidades físicas para almacenar tanto. En la vida cotidiana, a veces depuramos nuestras propias colecciones y nuestros archivos digitales, por falta de espacio o por otras razones. No hemos llegado al futuro distópico de agotar todas las capacidades de almacenamiento digital en el planeta, como plantea Delete, la ficción sonora que les contaba hace un par de semanas, pero sí es una posibilidad.
En suma, vale la pena reflexionar en torno a la memoria y los archivos, tanto en la vida cotidiana como en los proyectos colectivos —pienso, por ejemplo, en Wikimedia Commons, que almacena archivos multimedia con acceso abierto—. Sobre todo, es una reflexión necesaria en las instituciones públicas responsables de la memoria y la cultura, antes de que sea demasiado tarde.
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