Otra de mis famosas misceláneas

No están ustedes para saberlo –en el hipotético caso de que estén, pues es probable que algunos de mis diez lectores estén dorándose al sol–, pero hay veces que el despertar de lunes, ya difícil de por sí, viene acompañado de una ligera resequedad en la boca, una vaga sensación de angustia y luego la pregunta: ¿y de qué diablos voy a escribir yo ahora?

Suelo exprimir la memoria, buscar en los hechos recientes uno que sea medianamente relevante, de algún interés, y que pueda ser abordado de mi parte, en el entendido de que hay en mi catálogo de cosas irrelevantes (ese millón de cuestiones que me importan un cuerno), y que mi vida tampoco es la de un aventurero en medio de algún conflicto digno de reseñar –en cuyo caso tendría que relatar mi método de escape-: odio los conflictos y los evito a toda costa.

Hay, sin embargo, fechas señaladas, como esta en que se juntan la Semana Mayor y el inicio de los festejos, donde alguna cosa tengo que decir; en épocas afortunadas, las festividades estas me pillan lejos; si es en Sevilla, pues mucho mejor. En años como este, en que preparo mi asueto tomando providencias mentales para no morirme de aburrimiento –aunque el sábado tengo programa de la radio y mis actividades académicas no cesan ni en estos sacros días de guardar, bien puedo despacharme escribiendo de todo lo que me voy a ahorrar quedándome lo más lejos de los festejos feriales que me sea posible.

Nada mejor que estos días me sorprendan aterrizando, no lo sé, un miércoles, o hasta un jueves de Semana Santa, en San Pablo, el vetusto aeropuerto Sevillano, y viajando en un taxi blanco, con un alegre conductor que habla en andaluz, para, luego de unos minutos, ver a mis pies el río y, más allá la silueta de la ciudad más hermosa del mundo, dominada por la Giralda.

No hace mucho, diez meses más o menos, que tuve la fortuna de caminar bajo su alargada sombra, andar por Álvarez Quintero a la Plaza del Salvador, y sentarme a beber bajo un sol africano, refrescado por esos sistemas de aspersión que atomizan el agua para no caer muerto por un golpe de calor… Pero, no, no era Semana Santa y este año no pudo ser.

Aquí vendrían esas líneas donde explico por qué, yo que soy un hombre poco –o nada– religioso, disfruto tanto entre nazarenos, bandas de música que desgarran la noche, y pasos donde los costaleros llevan en hombros a Vírgenes dolorosas y Cristos sangrantes…

En eso que me entero, ayer, que se murió Vargas Llosa.

Hace semanas, sin saberlo enfermo y próximo a la muerte, escribía aquí mismo de la única vez que le ví (y le hice una pregunta, en una entrevista colectiva e improvisada); lo que resta es intentar un panegírico o una necrológica que no voy a hacer; tampoco señalar que lo leí siempre con pulsión, desde ‘Los cachorros. Los jefes’, hasta el libro sobre el golpe contra Arbenz (‘Tiempos recios’); me limitaré a decir que de todo el Boom es el escritor que más me gusta (fuentes, por mucho, el que menos) y a suscribir lo que en su día me dijo Daniel Sada, también desaparecido, sobre el peruano: parece que cada vez escribe mejor.

El resto, por si faltaban temas que no voy a tratar, es que el sábado, por tercer año consecutivo, gané de nuevo esa competencia atlética a la que caracterizo como la viruela de mi vejez; no es que haya ganado el Roland Garros o algún oro olímpico, pero a mis sesenta años, tiene su gracia. Si es el caso de que me atreva el año entrante y se de la circunstancia de un tetracampeonato, ya se los contaré (si no ando en Sevilla siguiendo procesiones de nazarenos, por cierto), porque es hora del punto final.

 

Abur.

 

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

Imagen

Agustín Morales
Sección

Keywords

Ahorro, Religión, Conflicto, Semana Santa, BI NOTICIAS

Balazo

EN LA OPINIÓN DE

Título SEO

Otra de mis famosas misceláneas

Editor Redacción

Activado

Retuitear Nota

Desactivado