Partido de Estado

Dentro de la tipología clásica de los partidos políticos, hay una clasificación en particular que debemos atender para darle forma a la realidad política actual de nuestro país; la clasificación de Partido Hegemónico. Es decir, en un sistema político partidista, existen dos o más partidos políticos en contienda, pero sólo uno de ellos tiene la posibilidad real de acceder al poder, sea por los mecanismos de persuasión electoral que utiliza, sea por el poderío que le da ejercer el poder económico y político del gobierno, o sea porque la confección de las leyes sólo posibilita a una fuerza electoral para acceder al poder.

En nuestro país ya vivimos antes este modelo de Partido Hegemónico, durante los 80 años que gobernó el movimiento conocido como Partido Nacional Revolucionario, fundado por Plutarco Elías Calles; luego como Partido de la Revolución Mexicana, refundado por Lázaro Cárdenas; y finalmente como Partido Revolucionario Institucional, refundado por Manuel Ávila Camacho. En ese contexto, la única vía para acceder y ejercer el poder estaba dentro de una sola fuerza política e ideológica.

Una de las razones fundamentales para que prospere este tipo de modelo político es que el Partido Hegemónico se convierta en Partido de Estado. Es decir, que todo lo que concebimos institucionalmente como Asunto de Estado, esté alineado y opere para mantener, legitimar, y reclutar cuadros serviles a la fuerza política partidista que -se supone en su propio discurso- encarna al pueblo. 

En el libro El Estado y los Partidos Políticos en México, Pablo González Casanova afirma que el Partido de Estado es “el órgano especializado en las tareas relacionadas con la lucha política para mantener el monopolio o el predominio del gobierno en los puestos de elección popular”, mediante la articulación del conflicto dentro del propio partido que funciona para mantenerse a sí mismo en los encargos propios de los Poderes del Estado: ejecutivo, legislativo, y judicial.

Dicho de otro modo, el partido toma al gobierno, y usa el gobierno para fines partidistas con la intención de perpetuarse en el encargo mientras ocurren tres cosas: se dirime la lucha política, ya no entre partidos, sino dentro de sí mismo; se extiende su influencia hacia los demás poderes y contrapesos para volverlos afines a su movimiento; y utiliza todo el aparato público para persuadir a la población de que ese partido es la encarnación de la ley, del gobierno, del pueblo y -por tanto- del Estado mismo.

La historia política nos muestra que, cuando existe un entramado político de Partido de Estado, la fuerza partidista que llegó al poder por vías más o menos democráticas está condenada a demoler la democracia para ejercer un autoritarismo hegemónico que le mantenga en el poder. Cuando eso ocurre, comienzan a gestarse movimientos opositores que, al tiempo, enfrentarán a ese poder omnímodo para volver a construir instituciones democráticas. Así ha pasado, y así sucederá otra vez.

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Alan Santacruz
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