Perspectiva. Borja tenía razón

“Nada los va a parar en la búsqueda de sus sueños. Se merecen todos y cada uno de sus éxitos”.
Michelle Obama


El ensayo en la primaria sería breve,  los niños tenían que aprender algo nuevo dadas las circunstancias. La lección era más sencilla que una tabla de matemáticas o un dictado: había que enseñarles a protegerse de una balacera.

Cuando el niño contó a su padre que tenían que echarse al suelo y, de preferencia estar cerca de las paredes del aula, tomó una decisión que cambiaría su vida.

¿Qué sentido tiene vivir en Celaya? ¿Qué futuro tienen los hijos en un lugar donde la violencia carcome el tejido social, la seguridad pública se hunde y quien manda es la extorsión? Las preguntas le resonaban porque sabía que algunos amigos habían emigrado a Canadá, un país pacífico, educado y con futuro.

Había que dejar todo: vender el negocio, reunir los ahorros de toda la vida y decir adiós a los padres y a los familiares; a los amigos y al trabajo que le daba lugar y respeto en su comunidad. La vida siempre es una balanza. Cualquier decisión significa tomar algo y renunciar a algo. Vivimos con esa “romana” en la mano y en el corazón. Borja decidió arriesgarse como cientos de miles de mexicanos que van al norte.

La decisión no fue desesperada porque la intención era estudiar y trabajar en Vancouver. Amigos que habían logrado emigrar a ese lugar lo animaron y la ilusión pudo más que cualquier otra consideración. Se traspasó el negocio familiar y los ahorros sirvieron para los primeros meses. Ha sido difícil que las cuentas den porque solo con privaciones se logra. Sacrificios compartidos por toda la familia útiles para la buena educación; la esposa de Borja, muy trabajadora, aporta buena parte del presupuesto. Lo demás son infinitas ganas de salir adelante.

Cuando vimos la semana pasada que una escuela en Celaya sufrió un ataque indirecto y los niños se tiraban al suelo -como les habían enseñado- mientras las balas zumbaban en la calle, la única reflexión que tuvimos fue que Borja tenía razón. Sus hijos cambiaron de país, de cultura y de idioma. Son niños de 11, 9 y 7 años. A pesar de la nostalgia por los abuelos, los amigos y hasta la comida, ahora, después de unos años, están más felices que nunca. Hablan inglés y el problema no es que lo aprendan sino que dejen de hablar español.

Borja trabaja medio tiempo en lo que el gobierno de Canadá denomina empleo de “sobrevivencia” y sigue su estudio de Grado Asociado de Comercio Internacional. La colegiatura cuesta mucho porque es extranjero pero pronto terminará en la universidad. Tendrá todo el tiempo para crecer profesionalmente en algún empleo o bien lanzarse a una aventura mayor: crear su propia empresa. Sin la carga de la colegiatura y con un mayor ingreso, comprobará que esa enorme decisión de cambio de vida ubicará a sus descendientes en un país de primer mundo con mucho mejor calidad de vida que incluso los Estados Unidos.

Borja se da tiempo para colaborar con los Caballeros de Colón en obras comunitarias; es parte de la buena cultura solidaria de los canadienses. Al tiempo Borja y su familia se integrarán a las comunidades de expatriados y obtendrán su doble ciudadanía. Ayudarán mucho a seguir construyendo la historia de Canadá con su trabajo infatigable.


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Enrique Gómez Orozco
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