Perspectiva. El mañana se construye hoy

El periódico Reforma encontró en el presupuesto federal un porcentaje de terror: más de la mitad va al pago de pensiones e intereses de la deuda. Sólo en 1995, cuando tuvimos la crisis llamada el “tequilazo”, el país había dedicado más de la mitad del gasto en intereses y en apoyo de los depósitos bancarios.

Hace tres décadas el fenómeno fue temporal porque el presidente Ernesto Zedillo es un gran experto y supo cómo reestructurar la deuda de los Tesobonos en dólares. También supo cómo apalancar a la banca con el Fobaproa para que la economía del país no se derrumbara. Era un problema de coyuntura y no uno estructural como lo tenemos hoy.

Otra diferencia es la velocidad de la crisis. En 1995 la devaluación fue estrepitosa y del 250 %, hoy las reservas del Banco de México dan estabilidad, la banca está capitalizada y la deuda pública es interna. El T-MEC y las remesas nos permiten una balanza de pagos estable.

Con un gasto público estructurado con compromisos constitucionales de las pensiones y el incremento de la deuda, el único camino será rediseñar la tributación. Lo que quiso hacer Vicente Fox fue poner IVA a todos los productos para evitar la informalidad. Por razones políticas el PRI no lo permitió.

Economistas recomiendan una nueva reforma fiscal que puede abarcar herencias e impuesto al patrimonio o al activo de las empresas como el que teníamos en la época de Carlos Salinas de Gortari con Pedro Aspe. Ese impuesto puede ser extendido al patrimonio de las personas físicas, algo muy controvertido porque puede haber fuga de capitales.

Hay una deuda pública del Estado que no es reconocida como tal: la deuda de Pemex con bancos y proveedores. Ahí también tendrán que ir fondos públicos para evitar una interrupción de operaciones. La petrolera debe 100 mil millones de dólares en bonos y más de 400 mil millones de pesos a proveedores.

Un alivio para el gobierno y para todos los deudores, será la baja en las tasas de interés esperadas para el 2025. Si la inflación lo permite, la tasa de referencia podría llegar al 8 % a finales del año próximo. Reducción indispensable para poder crecer. El gasto público podría mejorar su perfil para 2026, mientras tanto la inversión en obras públicas, en infraestructura, educación, salud e investigación científica entran en neutral, casi en paro.

Al paso de los días veremos menos obra pública de la federación, estados y municipios porque hay una carrera política para comprar votos con entregas en efectivo. Cambiamos el presente por el futuro. Sin hacer juicios de valor, de qué es más importante si construir o ayudar, lo cierto es que el futuro de la construcción pública es más incierto que nunca. Carreteras, puentes, presas, pozos petroleros, presas y obras hidráulicas van a la cola del interés de los gobiernos. Incluso proyectos eléctricos rentables que pueden ser financiados por el sector privado, quedan relegados porque el dogma estatista de que la CFE dice que hay un límite del 46 % de la generación para que nadie pase de ahí. Algo absolutamente ineficaz. La CFE, al igual que Pemex, necesita urgente inversión de donde venga si queremos crecer.

En Texas nadie se ofende porque los particulares bombeen 6 millones de barriles diarios de petróleo o dispongan de miles de hectáreas de generación solar y eólica. O bien instalen cientos de miles de baterías para respaldar a la red eléctrica.

Una cosa es real, sin inversión no hay futuro. 
 

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Enrique Gómez Orozco
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