Perspectiva. Pagar la demolición en cada vuelo

El aeropuerto Benito Juárez bullía lleno de pasajeros ayer al mediodía. Pasaron las vacaciones pero la Terminal 2 del Aeroméxico parece no tener descanso a pesar de que al AICM lo forzaron para que redujera su capacidad y enviara pasaje al Felipe Ángeles, que aún así, no despega.

En un vuelo de escalas de Monterrey-CDMX-León, notamos el esfuerzo por mantener la terminal en buen estado aunque el olor a caño permanece, no se ha ido desde hace años. Hay una gran diferencia de calidad entre el edificio y los servicios del aeropuerto de Monterrey, operado por OMA, una empresa privada concesionaria que se renueva. Se nota en los sanitarios, los espacios y también en los servicios.

El vuelo costó 2 mil pesos en Aeroméxico, pero hay más baratos. VivaAerobus ofrece uno de madrugada en mil pesos. Lo sorprendente es que al llegar al Benito Juárez la caja registradora del TUA, (Tarifa de Uso de Aeropuertos) recibe 462 pesos en vuelos nacionales y 858 en internacionales. Parte del precio del boleto que pagué va para cubrir el gasto de la destrucción del aeropuerto de Texcoco. Dinero directo a las manos de los acreedores y no para el desarrollo de la aviación nacional.

En las pequeñas tiendas concesionadas por el aeropuerto (administrado por la Marina) los precios son de locos. Una botella de Electrolit, 86 pesos; una de agua Evian, 160. El precio multiplicado por cuatro. No es avaricia de los comerciantes sino parte implícita de las rentas que pagan para mantener la terminal a flote.

A eso tenemos que sumar el gasto del capital del Felipe Ángeles (150 mil millones de pesos) y sus pérdidas mensuales. Pero más grave que todo, pagamos por la desarticulación del sistema de concentración y distribución (conexiones) de vuelos (HUB) representado en lo que iba a ser el proyecto aeroportuario más bello del mundo: el proyecto del arquitecto Norman Foster.

Cada que pasemos por el aeropuerto Benito Juárez diremos a nuestros hijos y nietos la horrible historia del autoritarismo, donde un sólo hombre pudo decidir una arbitrariedad en contra del país. El pretexto inexistente era la corrupción en la construcción de Texcoco, un pretexto falso, una mentira más para ejercer el poder sin límites.

AMLO dominó a un séquito de cobardes que callaron su recomendación de no tirarlo:  Alfonso Romo, Carlos Urzúa (q.e.p.d), Javier Jiménez Espriú. Esa es la más grave decisión de un presidente que actuó con una arbitrariedad inconcebible. El error que quiso tapar con la construcción de un aeropuerto inoperante, lejano que nunca será un verdadero HUB. La jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, a sabiendas del daño causado a la ciudad, también fue cómplice por silencio del atentado a la infraestructura.

Subimos al avión en el vuelo 134 al Bajío; viene lleno; el capitán anuncia que debemos esperar 20 minutos para el despegue. Hay una larga cola de aviones en fila para despegar y aterrizar.

A pesar de la poca eficiencia de la terminal, las pistas con baches y lo caro de los servicios, el Benito Juárez sigue siendo la opción para los capitalinos en las conexiones nacionales e internacionales. Jamás hubiera tomado un vuelo de Monterrey al AIFA y luego al Benito Juárez para regresar a León. No se me olvida que recién inaugurado el AIFA nos obligaron a llegar ahí desde La Habana para luego ir en autobús al Benito Juárez, sólo para aumentar el registro de pasajeros. Esa es la dimensión de gobierno que tenemos.


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Cada que pasemos por el aeropuerto Benito Juárez diremos a nuestros hijos y nietos la horrible historia del autoritarismo, donde un sólo hombre pudo decidir una arbitrariedad en contra del país.
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